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Mitos sobre la lactancia (o que no decir a una madre que está dando el pecho)

Como sabéis me he metido de lleno en la campaña de #BloguerasxLaLactancia, para ser más exactos en el equipo capitaneado por mamá bocachancla, porque sí, porque me pierden las buenas causas, sobre todo si para echar una pata basta con apretar un botón. Tal que así:

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Venga, bah, haz un click, que no cuesta trabajo…

El caso es que meditando sobre el tema, me fijé en que unos de los objetivos de la campaña era, literalmente, «derribar mitos y falsas creencias sobre la lactancia y el hecho de amamantar». «¡Ay, nena!», pensé dando saltitos de júbilo, «¡esto es lo tuyo! Venga, arremángate y ponte a darle a la tecla…»

Y es que después de los dos años y medio que me he pasado con la teta fuera dando el pecho a mis hijas, creo que estoy capacitada para enumerar las chorradas que circulan por ahí sobre la lactancia materna. Así que, viejas del visillo del mundo, estas son algunas cosas que NO hay que decir NUNCA a una madre que está amamantando a su hijo.

  1. «Ese niño se ha quedado con hambre… ¿estás segura de que tienes leche?». A ver ¿Por dónde empiezo? Un bebé, y en especial un recién nacido, no sabe hablar. O sea. No puede decir: «Mamá, colega, dame un bocata de jamón, que esto de la teta está bien para los corderos pero no es para mi». Entonces ¿cómo sabes – más allá de toda duda – que la criatura llora porque no está satisfecha? Lo normal es que tenga gases, que esté incomodo porque no puede hacer caca o simplemente que quiere seguir  en brazos un rato, que tampoco pasa nada. No hay  que arrojar al crío en la cuna nada más darle de comer. No es obligatorio. Con esta premisa, cuestionar a una madre sobre su capacidad para alimentar a su  hijo no sólo es una falta de sentido común, sino que puede acabar con una lactancia perfectamente sana y funcional. Los casos reales en los que una mujer no tiene leche son raros y suelen deberse a motivos médicos, así que asumamos de una vez que el 98% de las hembras humanas del planeta están capacitadas para dar de mamar a sus hijos. Ya es chiripa que te topes justo con la que tiene un problema clínico sin diagnosticar… Respuesta que hay que dar a la vecina del quinto cuando te suelte una perla como esta: «Leche tengo a litros ¿quieres probar?». Si te dice que sí, que se haga mirar lo suyo primero…
  2. «¿Otra vez está mamandoooooo? Pero si acaba de comer…». Ya. Sí. Es lo que se conoce como lactancia a demanda. En otras palabras: dar teta al niño cada vez que la pide, sin mirar el reloj ni ponernos horarios, lo que significa que la cantinela de «cada tres horas y 15 minutos en cada pecho» no sirve. Por lo menos para la inmensa mayoría de los churumbeles. Un bebé puede tirarse una hora mamando sin problemas y volver a pedir teta 40 minutos después. Es normal. Es lógico. Está aprendiendo a succionar de forma eficiente y efectiva (luego 10 minutos le sobran y le bastan para sacar la ración que le corresponde). Si no se pone al niño al pecho cada vez lo que pide, la producción de leche, que se regula precisamente con la demanda, puede verse comprometida. Esta cuestión ha puesto fin a muchas lactancias de manera prematura así que, si la carnicera del super, tu suegra o la enfermera de pediatría (mismamente) se escandalizan por el hecho de que tu hijo se alimenta cuándo tiene hambre y no cuando «toca», le dices: «Es que lo estoy cebando para convertirlo en luchador de sumo ¿no te has enterado de que es el deporte del futuro?». Y te despides con una reverencia. Sayonara, baby.
  3. «Tienes que comer mucha miga de pan/leche/levadura de cerveza/pollo con patatas para tener más leche». Hay miles de mitos sobre alimentos que, en teoría, estimulan la producción de leche en las madres, pero son solo eso: mitos. Da igual lo que comas, la leche que produzcas dependerá, como ya he dicho, de las veces que pongas al pecho a tu hijo: cuando más chupe, más leche habrá. Incluso en situaciones de emergencia, en las que las que la madre no puede alimentarse a sí misma de forma adecuada (como durante un conflicto bélico o en situaciones de hambruna), seguirá produciendo leche, sacada de sus reservas corporales, para dar de comer a su bebé. Solo una desnutrición severa acabaría por «secar» un pecho lactante. Ahora, si tu quieres beberte seis litros diarios de cerveza 0,0 por si las moscas, daño no te va a hacer.  Como mucho, harás más pis… En cuanto a la respuesta a semejante sugerencia gastronómica la mía fue: «Ah, ¿pero las galletas de chocolate no valeeeeen?», dicha con los ojos llenos de inocencia angelical.
  4. «¿Aún le das el pecho? Pero si ya tiene seis meses…». Un momento: no mezclemos churras con merinas. Parece que en cuanto un niño empieza con la alimentación complementaria hay que destetarle cagando virutas, como si ambas cosas fuesen incompatibles. Y no. La leche materna debe seguir siendo la base de su dieta, aunque ya coma otras cosas. Las lactancias prolongadas siguen siendo una rara avis, y parece que las madres que las practicamos tenemos que justificarnos por dar el pecho a niños con dientes («es que come muy mal», «no le gusta el biberón», «la voy a destetar pronto»). Si alguien se escandalizaba por verme amamantar a Tulga con 12, 15 o 18 meses normalmente no contestaba, me limitaba a sonreir y a encogerme de hombros. Aunque alguna vez me quedé con ganas de soltar: «Le voy a dar teta hasta que vaya a la universidad, a ver si así evito que se de al calimotxo, ¿cómo lo ves?».
  5. «Te está usando de chupete». El pecho no sólo es alimento: es amor y consuelo, y sí, a veces un bebé o un niño mama por razones distintas al hambre o la sed. Pero eso no es malo. Es otra forma de calmar a nuestros hijos (igual que darles un chupete de verdad, de los de plástico, solo que este no se pierde, no se mancha y no hay que esterilizarlo). Si a la madre no le importa ¿por qué tiene que importarle a su prima la de Cuenca? En cuando la propietaria de la teta se canse, seguro que encuentra la forma de poner fin a ese «uso indebido» de su anatomía. Mientras tanto, la respuesta es: mis pezones son míos y los empleo como quiero.
  6. «A partir de cierta edad la leche materna ya no les alimenta». Uffff. Si esto fuera verdad, mi hija no habría sobrevivido a su primera infancia porque ha habido temporadas (estando enferma sobre todo) en que la única cosa que aceptaba era mi teta. Y no me refiero a un día o dos, sino hasta a dos semanas enteras sin tomar otra cosa. Ni una galleta, ni un trozo de pan. Nada. Niente. La leche se va adaptando a las necesidades alimenticias del bebé, tanto durante la toma como a lo largo de tiempo, por eso al principio de la toma la leche es más clara, para calmar la sed, y al final es más espesa y grasa para llenar el buche. Nunca le digas a una madre que su leche ya no «vale», «está aguada» o le hace «más mal que bien» a su hijo. Y si lo haces asume que la respuesta puede ser: «Lee un poco e infórmate del tema antes de abrir la boca».

Y hasta aquí mi colección particular de mitos sobre la lactancia. Seguro que vosotras tenéis algunos más! Ahora solo os queda votar a nuestro equipo y echar una mano a Acción contra el Hambre y las personas que nos necesitan en la región del Sahel. Vamos, chicas, que esto es la leche!!!!!!

#bloguerasxlalactancia – Esto es la leche

Me acabo de unir a un equipo. De fútbol no. De madres ¿A qué mola? Sobre todo porque es por una buena causa. Mi capitana (¡susordenes!) es Mamá Bocachancla, una mujer extraordinaria con la que he descubierto que tengo mucho en común y a la que deseo todo éxito del mundo en esta campaña. Y es que cuantas más seamos, más podremos hacer. Os cuento:

La ONG Acción contra el Hambre y Madresfera se han unido en el proyecto “Blogueras por la lactancia”, una iniciativa en la que 15 equipos de blogueras lo darán todo con el objetivo de conseguir fondos para fomentar la lactancia y luchar contra la desnutrición en países del Sahel.

¿En qué consiste blogueras por la lactancia?

Muy fácil: durante los próximos dos meses (junio y julio)  15 equipos de blogueras –con el apoyo de Madresfera y Acción contra el Hambre– se retarán para ver quién recauda más fondos para:

  • Promover la lactancia materna exclusiva.
  • Recuperar lactancias abandonadas por situaciones de estrés postraumático en babytents (entornos creados para amamantar con tranquilidad y serenidad).
  • Mantenimiento de la lactancia aunque el niño esté enfermo.
  • Derribar mitos y falsas creencias sobre la lactancia y el hecho de amamantar.

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Nuestro equipo se llama: ¡ESTO ES LA LECHE! – #BloguerasxLaLactancia. Si quieres colaborar y, de paso, hacernos ganar el reto sólo tienes que pinchar aquí. Nos buscas, haces tu donativo (el que puedas o quieras) y ya está ¡Los niños (y las madres) de esta zona deprimida de África te lo agradecerán!

Ah, y si quieres cotillear, las otras integrantes del equipo son:

 

¡Vamos, chicas, que esto es la leche!

 

 

Cosas que nunca te contaron sobre el fin de la lactancia

Sí, sé lo que estáis pensando: «Ya está otra vez la pesada esta dando la vara con lo de la teta». Vale. Lo admito. Si os digo la verdad no tenía pensado escribir sobre el tema, de hecho tengo un post casi listo guardado en borradores sobre otra cuestión. Sin embargo, quod erat demostrandum, servidora es muy de prontos. Vamos, de hacer lo que me sale de la alcaparra, especialmente si se trata de poner por escrito lo que me ronda la cabeza.

Y lo que me tiene aplataná viva estos días es, justo, en fin de la lactancia de Tulga. No sólo porque todo ha sido más rápido (y bastante antes) de lo que tenía planeado, sino también porque me estoy deparando con algunos detalles que me resultan desconocidos. A saber:

  1. Madres lactantes del mundo, qué alguien me diga por qué después de 20 días sin que la peque se acerque a un pezón aún sigo teniendo leche. Vale, no voy chorreando por ahí, pero la otra noche cuando el costillo me apretó un pecho con fines lúdico-festivos salió la suficiente cantidad como para mojarme el pijama. Esto es algo que la vez anterior no me ocurrió. Cuando desteté a la Enana, tres días después de la última toma, se acabó lo que se daba. Ni gota, oiga. Ná de ná. No sé si al tratarse de una lactancia más prolongada tengo la prolactina por las nubes y aún no he recuperado mi nivel hormonal normal o si es que soy un caso digno de estudio. Por ahora me siento un poco perro verde, cosa a la que también contribuyen los siguientes dos puntos de la lista.
  2. Y es que, desde que pusimos punto y final a la teta, el pelo se me cae a puñaos. Estoy perdiendo ahora todo lo que no perdí en el postparto más inmediato. Parezco un perro en plena muda, en serio. A estas alturas hay más pelo en mi almohada que en mi cabeza y vuelvo a preguntar: Pero ¡¡¡¡¿esto es normal?!!!! ¿Tiene algo que ver el fin de la lactancia o es casualidad?
  3. Para terminar, destetar a un bebé crecidito es más complicado que destetar a un bebé de pocos meses. Hace tiempo que Tulga no me pide mamar pero todos los días quiere ver «sus» tetitas. Se sienta en mi regazo, me levanta la ropa con una sonrisa y dedica unos minutos a jugar con mis pezones o simplemente a posar la cabeza entre los pechos, gorjeando de felicidad. Echa de menos el contacto, imagino, igual que yo, pero me resulta confuso y difícil de explicar porque ya no la amamanto. El otro día intentó hacer esto mismo en el parque y casi tuve que hacerle una llave de judo para apartarla de mi sujetador ante la mirada inquisitiva de dos o tres vecinas. «Acaba de dejar el pecho» balbuceé a modo de escusa, mientras con una mano apartaba a mi hija y con la otra intentaba bajarme el jersey.

Todo esto es novedoso para mi, porque cuando desteté a la Mayor las cosas fueron de otro modo. Nos tomamos nuestro tiempo, fuimos eliminando tomas poco a poco, dando un paso adelante y otro atrás la mayoría de las veces. También es verdad que la Enana era más pequeña que Tulga (acababa de cumplir un año), y su relación con el biberón venía de antiguo… En cualquier caso, hay por lo menos otras tres cosas que nunca te contaron sobre el fin de la lactancia:

  1. Dejar el pecho puede ser tan difícil como empezar a darlo. De nuevo vuelves a vértelas con tu amiga la «superproducción» y a cada toma que eliminas te pasas dos o tres días con las tetas como melones. Es molesto, doloroso y antiestético (esos bultos, esos pezones salidos y con las venas marcadas… ufff). En esta ocasión, como estaba tomando ibuprofenos como caramelos, casi ni me enteré, pero con la Mayor pasé 48 horas fastidiada.
  2. Tus tetas jamás, JAMÁS, volverán a ser las mismas. Si tienes suerte (como yo) a lo mejor te libras de las estrías, pero tras dar el pecho, sobre todo si lo haces durante mucho tiempo, aquello queda cual colgajo de carne, hagas lo hagas. No es sólo que pierdas volumen – que también – sino que la forma y «altitud» de los senos se desintegra. Es como si te pusieras un corsé, pero dónde no toca. Si algo voy a echar de menos es la capacidad para lucir canalillo de los últimos cuatro años…
  3. Dejar el pecho cuesta dinero. DIN, DIN, DIN! Las leches de continuación son tan caras como la sangre de unicornio y si tu hijo tiene buen saque, puedes salir a lata cada 10-15 días. En nuestro caso nos pasamos directamente a la leche de vaca, pero si se trata de niños más pequeños te suelen recomendar de las otras, o sea, que toca rascarse el bolsillo. Como además tu hijo sea un repelente de la tetina y no le gusten las que venden por 3 euros en Carrefour, ya puedes ir rompiendo la hucha.
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Tal que Tulga, mismamente

 

Y una vez que me he despacho a gusto, pido a toda mujer que haya dejado recientemente el pecho y lea estas líneas que me saque de dudas y me diga, por amor de Dios, si lo mío es normal…

 

La hora del destete

Al final ha pasado: Tulga ha dejado de tomar el pecho, aunque ni ella ni yo estábamos preparadas para terminar nuestro idilio de leche. Ha sido una imposición. Un «nomequedamásremedio», imperante e ineludible.

Todo el mundo me dice que he «cumplido», que la criatura tiene dieciocho meses y buen diente y mi teta, a estas alturas, le hace «más mal que bien» (mi suegra dixit). Pero yo no lo creo… No creo que «se cumpla» dando de mamar a tu hijo más o menos tiempo, ni que dieciocho meses sean muchos. Y, por supuesto, darle el pecho a mi Pequeña no puede perjudicarla en absoluto. La teta no es «caca» para una niña mayor, como ha comentado mi padre, ni me esclaviza a mi ni la hace a ella dependiente ¡Qué no, coño!

Y como me he mordido la lengua en persona, por no dar más explicaciones de las necesarias o generar malos rollos, lo digo aquí alto y claro: nosotras éramos felices. Nos iba bien. Nos entendíamos…

Sin embargo, a veces la vida toma decisiones por ti y no queda más remedio que aguantarse. Decir: pelillos a la mar y a otra cosa mariposa, aunque sea con todo el dolor de tu corazón. Y eso es lo que he hecho.

Hace 20 días me diagnosticaron una neumonía. La gripe mal curada, fíjate. Tropecientos grados de fiebre y un dolor en el costado que me impedía hasta levantar el brazo. En urgencias me hincharon a antibióticos y, al saber que era madre lactante, me informaron de que, aunque el tratamiento no estaba contraindicado, era posible que afectara al bebé. «¿Y qué hago entonces?», pregunté. «Pues eliminar tomas. Cuantas más, mejor. Y si no remite, destetarla».

Al segundo día, Tulga se me descagó viva. Vamos, que le dio una diarrea de tres pares de narices (como, por cierto, luego me daría a mi. Completita que es una). Yo estaba hecha fosfatina, febril y dolorida y tengo que confesar que me acojoné: «Joder, estoy envenenando a mi hija», fue la idea que cruzó por mi mente… Eliminé todas las tomas diurnas. De golpe. Zás. Como el que se quita una tirita. Sólo mantuve la toma que hacía de madrugada por dos razones: era la más alejada de la medicación (unas 12 horas) y, sinceramente, no podía con mis huevos. Me veía incapaz de prepararle un biberón a las tres de la mañana con cuarenta de fiebre…

La diarrea remitió en seguida y yo, aunque pasé un par de días con los pechos hinchados y abultados, no tuve las molestias que recordaba de cuando desteté a la Mayor. Quizá porque tomaba ibuprofenos como caramelos, que todo puede ser. La primera semana fue terrible. Tulga me pedía «tetita» a todas horas, intentaba llegar a mi pecho arañando, pellizcando y hasta mordiendo y de no ser por el pavor que sentía a que mis medicinas le hicieran daño, habría cedido a sus deseos al minuto dos. Luego la cosa se calmó. Empezó a aceptar biberones como alternativa y establecimos una nueva rutina compuesta de leche de vaca, mimos y una tetina de látex.

El tratamiento inicial era de 10 días, pero cuando fui a revisión me lo prolongaron una semana más y, luego, otros tres días. Ahí se acabó definitivamente nuestra lactancia. Y es que el cuerpo es sabio y tras reducir de manera drástica las tomas y dormir Tulga dos noches del tirón, empecé a quedarme sin leche. Me di cuenta una madrugada cuando la Peque comenzó a pelarse con mi pecho, a gruñir como un cochino jabalí y pasar de una teta a otra con frustración. Por si a la torpe de su madre aún le quedaban dudas de cuál era era el problema, la chiquilla acabó señalando la puerta y gimiendo: «bibe». Me levanté y le preparé un biberón ¿Qué iba a hacer? ¿Dejarla con hambre? La escena se repitió otras dos o tres noches y a la cuarta ya ni siquiera intentó mamar. Directamente echó mano al biberón que tenía preparado en la mesita de noche.

Y eso fue todo.

Tulga ha seguido buscando el pecho ocasionalmente, sobre todo a la hora de la siesta, pero sin mucho afán. Nada tan aparatoso y apremiante como aquella primera semana en la que acabé como si me hubiese peleado con un tigre de bengala. Por su parte, mis tetas se resignaron y terminaron desinfladas y colgando igual que dos bolsas de té usadas. Llena de pena, el viernes santo, le dije adiós a mi último bebé y hola a mi nueva niña mayor. Se acabó esta fase de mi vida. Se acabaron los sujetadores de lactancia, los escotes generosos, el consuelo inmediato en cualquier lugar y situación. Se acabó sentir mis pechos llenos, desbordantes de leche, el hormigueo en los pezones al comenzar a mamar, el saber que todo lo salía de mi era lo mejor para ella.

Pero cuatro años de maternidad me han dado sentido común a raudales, así que como el mundo me ha dado sal, he optado por preparar unos tequilas… Y es que vuelvo a ser yo sola. Yo y solo yo. Sin una extensión de mi colgada del pecho y eso se merece, por lo menos, un brindis.

 

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¡Por Tulga!

Voy a echarlo de menos…

Dormir con la teta fuera

El otro día leí un artículo escrito por un hombre cuya mujer llevaba nueve años durmiendo con una teta fuera, tal que así:

El dibujo es muy sexy. Lo normal es que la madre en cuestión tenga mucha peor pinta!

La verdad es que me sentí muy identificada con la imagen (y con todo lo que se decía sobre ella) y me pregunté cuántas de nosotras hemos dormido así, dejando al alcance de nuestro hijo un  buffet libre nocturno, sin importarnos pasar frío o pringar las sábanas de leche. Y es que esto de amamantar tiene a veces momentos y circunstancias que rozan el absurdo, como el ir a abrir la puerta al cartero con la teta al aire, para asombro y disfrute del personal. A mi no me ha pasado nada parecido (¡gracias a Dios!), pero sí tengo algunas anécdotas curiosas que me habrían dado taquicardia de haberse producido en mi tierna (y vergonzosa) juventud.

Siempre me ha resultado muy duro reincorporarme al trabajo tras las bajas por maternidad, entre otras cosas por el tema de la lactancia. Después de dar el pecho de manera exclusiva a un bebé cada dos horas o dos horas y media, estar siete u ocho lejos de él no sólo es un marrón para ti sino también para tus tetas, que no entienden de qué va la feria. Así, después de haber superado la sobreproducción de los primeros meses y estar feliz de la vida, durante una temporada vuelves a parecer una vaca lechera a la que hace falta pasar por la ordeñadora automática. Recuerdo una vez en que este problema me jugó una mala pasada, en concreto un caluroso día de verano en el que yo llevaba una camiseta de tirantes de color rojo oscuro a la que de repente le brotaron dos enormes manchas húmedas a la altura de los pechos que, además, no paraban de crecer. Me metí en mi despacho esperando que el siguiente que entrara por la puerta no pensara: «Jolín, qué tía más rara que suda por las tetas…» mientras me prometía a mi misma volver a usar discos absorbentes en el sujetador y a llevar ropa clara o, por lo menos, una camiseta de repuesto en el bolso. La verdad es que salvo alguna miradilla interrogadora salí del paso con bastante dignidad. Más preocupada estaba yo de no reventar camino de casa!

Otra situación desconcertante se produjo mientras me sacaba leche para darle a la Mayor en la guardería. Lo hacía a puerta cerrada en el trabajo, durante mi hora legal de lactancia y luego la metía en botecitos que guardaba el frigo hasta la hora de salir. Como me pilló en lo peor del verano (junio y julio) y yo tardaba casi una hora en llegar a destino, metía los botecitos en un termo grande para que conservaran el frío y la leche no se estropeara. Una mañana vino a verme una compañera de un departamento distinto, vio el termo en cima de mi mesa y ni corta ni perezosa le echó mano dispuesta a servirse un poco de café. Yo sólo atiné a decir: «No, no, no. Que no es lo que parece…», como si acabara de sorprenderme mi marido con el amante en la cama. Su cara al ver los botes llenos de leche materna fue para partirse de risa. Por suerte se lo tomó con humor y nos reímos las dos un rato. Ahora que lo pienso: durante esos meses muchas personas pensaron que me había hecho adicta al café… ¡Es lo que tiene pasearse por ahí con el trasto en la mano!

Y para terminar me gustaría compartir con vosotras un experimento sociológico, de los de verdad, no como Gran Hermano. Dos chicas, una con un escote exuberante y otra discretamente vestida que se sienta a dar el pecho en el mismo banco del mismo centro comercial. Los comentarios de la gente (aunque estén en inglés) no tienen desperdicio. Feliz martes a todas!

Cosas que nunca te contaron sobre esto de dar el pecho

Dar el pecho no es tan bonito como lo pintan… y eso que amamantar a mis hijas es una de las mejores cosas que he hecho en mi vida. Sin embargo, la lactancia a veces acarrea ciertas incomodidades de las que nadie te habla y que, en un ataque de sinceridad, he decido sacar a la luz. Mulder, Scully ¡temblad! Porque esto sí que es un Expediente X.

Ya hablé en su momento de las vicisitudes que acompañan a la subida de la leche, de las tetas como melones y del coñazo de no poder quitarte el sujetador ni diez minutos por lo menos los tres primeros meses… salvo que no te importe ponerlo todo perdido de leche, claro. Se podría pensar que, una vez pasado ese periodo de prueba, ya está todo el trabajo hecho y que nos podemos tumbar a la bartola (con la teta fuera) a ver engordar a nuestro bebé. Pues no. La naturaleza tiene mucho sentido del humor…

Para empezar la moda no está pensada para mamás lactantes. Así de simple. No veo yo a Carolina Herrera o a Dior quemando neuronas para diseñar una camiseta por la que se pueda sacar un pecho sin esfuerzo… y no te digo de Zara o h&m. En verano con los vestidos ligeros y las prendas con escote no hay tanto problema. Pero prueba a dar el pecho con un jersey de cuello vuelto o con un cómodo (y poco flexible) vestido de lana. No. Misión Imposible. Ni Tom Cruise logra esto. Tienes dos opciones: o buscar ropa que se abra por delante, tipo camisa y pasas frío. O levantarte la ropa para llegar a destino, dejando al aire la barriga. Y pasas frío. Un lujo, vamos. También existe una tercera vía que es comprar ropa específica para dar el pecho, como la que venden en esta web y que aunque no es todo lo bonita que se podría pedir, resulta práctica y cómoda y a un precio asequible. La cuestión aquí es la misma que en el caso de la ropa premamá, o sea: ¿merece la pena gastarnos la pasta en unas prendas con poco futuro? En el caso de las lactancias prolongadas no habría duda, pero ¿y si, por alguna razón, te gastas los euros y luego tienes que destetar al bebé a los seis meses? Esto de la teta no es automático y un sinfín de factores pueden alterar tu plan inicial (en un sentido o en otro), así que lo mejor es sentarse y pensarlo un poco: ¿Me compensa? ¿Sí? Pues adelante con los faroles. Yo por ahora me voy apañando con mi ropa de siempre y los sujetadores de lactancia, aunque si Tulga sigue colgada a mi pecho el próximo invierno no descarto hacerme con algún vestido o jersey, que estoy hasta el moño de pasar frío.

Otro de los inconvenientes de amamantar a un bebé es que es algo que solo puedes hacer tú. Me explico: si la criatura quiere teta no puedes enviar al padre o a la abuela a dársela, te toca a ti sí o sí y eso a veces es un problema. Vale, con el sacaleches y un biberón también se puede alimentar a un niño sin recurrir a la famosa leche de fórmula, pero en realidad me estoy refiriendo a pequeños momentos cotidianos en los que no estaría mal que los hombres tuvieran pechos como, por ejemplo, cuando te metes en la ducha o vas al baño y el bebé se pone de los nervios porque ha decidido que quiere lo suyo. Y lo quiere AHORA. O por las noches. O cuando estás enferma. O si quieres ir al dentista o al gimnasio… Para mi dar el pecho es un placer y no lo considero una carga ni una esclavitud como he leído (y oído) por ahí, aunque tengo que reconocer que la última vez que estuve con gastroenteritis me hubiese gustado que la teta la diera otra!

Algo que también llega a ser molesto es la manía que tienen los críos (por lo menos mis hijas!) de juguetear con el pezón del pecho del que no están mamando. Tú la pones en posición y ella, ágil y sibilina, mete la mano por tu escote y se pone a cambiar de dial con tus pobres areolas (que digo yo que de ahí debe venir la costumbre de algunos hombres de hacer exactamente lo mismo con fines erótico-festivos). Cuando se trata de bebés pues no hay problema porque se limitan a dar unos toques o tirones suavecitos, pero a medida que crecen aumenta su saña y su fuerza y te pueden hacer ver las estrellas. Otras veces se dedican a amasarte las tetas en general, en cualquier momento, aprovechando que los tienes en brazos, sólo por el gusto de sentirlas y llega un momento en que ya no sabes con qué cortarle las uñas al churumbel para no acabar con el escote hecho migas. Que yo estoy que no sé si tengo una hija o un gato persa.

Y ya para ir terminando, a las madres lactantes además de las temidas grietas, nos aguardan otros dolores y males inesperados como las mastitis y las perlas de leche. La mastitis es la inflamación de la glándula mamaria causada normalmente por la obstrucción de un conducto, y que puede ser muy, pero que muy, dolorosa. Hablo con conocimiento de causa. Una mañana de verano fui a sacarme un poco de leche en el trabajo cuando me di cuenta de que tenía una parte del pecho derecho rojo y caliente al tacto. Al rozarlo con el dedo vi las estrellas, la constelación de Orión y la mismísima vía láctea y no digamos ya cuando intenté poner a funcionar ese trasto del infierno que algunos llaman sacaleches. Lo dejé por imposible, claro. Cuando volví a casa me fui directa a ver a mi vecina que ya había pasado por lo mismo un par de veces y, así, a bocajarro, le pregunté si le podía enseñar las tetas. Nada más ponerme la vista encima me diagnosticó una mastitis y me envió volando al médico, que muy amablemente me recetó unos antibióticos e ibuprofeno para la inflamación. Como lo pillé muy pronto, en una semana estaba recuperada casi por completo, pero si se deja pasar puede ser insufrible, porque junto a los síntomas que ya he mencionado (y que no son moco de pavo) puede aparecer una fiebre altísima y malestar general y en algunos casos supone el fin de la lactancia. Si el médico tarda un poco en daros cita, también alivia mucho el dolor aplicarse calor local para reblandecer el pecho e intentar vaciarlo para deshacer la obstrucción a pesar de las molestias.

La otra gracia de este tipo que puede hacer acto de presencia son las perlas de leche. Y diréis ¿estoquéesloqueeeeees? Pues al parecer un poco de piel que crece sobre un conducto, en el pezón o en la areola, que hace que la leche no fluya y se acumule formando una especie de «perla» blanca. Y duele que te cagas. Pero de verdad de la buena. Es como si te clavaran un alfiler al rojo vivo en ese punto cada vez que te lo rozas y no digamos si te pones un crío a darle al tema. Lo puedes flipar. En mi caso la japuta de la perla se fue sola en unos días, aplicando un poco de calor (antes de las tomas y durante las duchas), pero tengo entendido que pueden llegar a ser muy puñeteras y requerir también tratamiento médico.

Después de lo que os he contado habrá alguna que piense, «pero hija mía ¿aún te quedan ganas de dar el pecho?». Y la respuesta es, sin dudarlo, un rotundo sí. Porque a pesar de todo, – de las molestias, de la incomodidad, incluso del dolor – para mi amamantar a las fieras de mis niñas ha sido (y es) una experiencia alucinante. Como ya os he contado, la lactancia de la Mayor no fue un camino de rosas. Pasamos del bibe a la teta con mucho esfuerzo y grandes dosis de cabezonería por mi parte y a día de hoy no me arrepiento de nada. Dar el pecho para mi (ojo, que hablo en primera persona de singular) es más que proporcionar alimento. Es dar consuelo, compartir intimidad y establecer vínculos. Sin la teta en mi primer postparto probablemente lo habría pasado mucho peor, me habría costado más cerrar heridas y afrontar la maternidad con ánimo y buena cara. Sin nuestro idilio de leche mi relación la Mayor sería diferente y lo mismo digo de los ratos a solas que comparto con la pequeña Tulga. Son nuestra burbuja de paz. Nuestro minuto en el Paraíso.

Sé (porque lo sé. Porque lo viví en mis carnes morenas, que diría la Flores) que todo esto se puede conseguir también con un biberón, que el contacto, el calor y el amor es el mismo, pero prefiero dar el pecho. Me hace sentir bien hacerlo más allá de todos los beneficios que mi leche pueda proporcionar a mis bebés. En fin. Que me pongo sensible y no es el momento.

Quería terminar dando las gracias a Mamá Caótica por otorgarme un nuevo premio. Lo dejo en el tintero para otra entrada que no doy más de mi ¡Ains, qué ya sólo me falta un Óscar!

 

Lactando, que es gerundio

Sí, lo sé. Al sacar el tema de la lactancia una corre el riesgo de meterse en un berenjenal de tres pares de narices, pero no voy hablar de las ventajas de la leche materna o de las cualidades de la que sale de un frasco. Ya dejé clara mi postura al respecto en un post anterior. La verdad es que me apetecía romper algunos mitos y decir cuatro verdades de esto dar el pecho al producto de tus entrañas. Me gustaría empezar con la famosa «subida de la leche», que en realidad debería llamarse  «el momento en que piensas que tus tetas van a reventar», porque con el primer nombre, te imaginas un idílico escenario en el que de pronto, y por arte de magia, de tus senos empiezan a manar un dulce néctar sin más ni más. Y no. Vive Dios que no es así. La verdad es que tú estás tan a gusto, a lo mejor hasta durmiendo un rato, y de pronto te empieza a entrar a un calor insoportable en el pecho que poco a poco se va agudizando y, entonces, al intentar darte la vuelta en la cama, descubres que no puedes porque tienes las peras como melones (da igual el tamaño que tuvieran antes de ese momento, ahora son como melones!) y te duelen que no veas.

Con un poco de suerte, y si el churumbel contribuye, en un día o dos consigues librarte de ese par de zepelines que ahora tienes por pechos, pero si no es así o si  la cosa es muy bestia (yo a penas podía levantar los brazos de la inflamación!), lo mejor es tomarse un ibuprofeno y sacarse un poco de leche con un sacaleches. Así además, al reblandecer el tema un poco, le facilitamos la tarea al bebé, que es el mejor sacaleches del mercado.

Superada esa primera fase, una profana podría pensar que ya está todo hecho. Pues ni hablar del peluquín. Hasta que se regula la producción, en plan Ley de la Oferta y la Demanda, cada vez que tu hijo (¡bendito sea!), decide dormir cinco o seis horas en vez de las habituales dos o tres vuelves a tener una versión (un poco menos aguda) de la famosa subida de la leche, que además, dependiendo de si la última vez mamó de un pecho o de los dos, te puede dejar el cuerpo asimétrico, o sea, una teta más grande que la otra.

Otra cosa que nadie te cuenta (o por lo menos a mi no me lo contaron) es que tus pechos desarrollan sus propias simpatías y amistades. Me explico: normalmente, cuando das de mamar al chiquillo, por ejemplo, con la teta izquierda, la derecha, toda solidaria, empieza a gotear leche, a veces, directamente a chorrear, con lo cual o llevas tooooodooo el rato un sujetador con un disco absorbente dentro o prepárate poner perdida tu ropa y la crío porque eso no hay quien lo pare. Pero es que tus tetas no son solidarias sólo una con la otra, que después de todo se podría pensar que están en familia y todo queda en casa. No. Nuestro cerebro o nuestras hormonas o un instinto atávico hace que de repente empieces a segregar jugos, por ejemplo, al oír el llanto de un bebé (que no tiene por qué ser necesariamente el tuyo¡¡¡¡Ojo!!!!) o al pensar en tu hijo de vuelta del trabajo. Y es que a mi me ha pasado, ir en el autobús, recordar la carita de mi Enana al dejarla en la guardería y acto seguido sentir un hormigueo en los pechos y ¡boom! melones al canto.

Finalmente, y ya para terminar, está el tema de las posturas para dar el pecho. En preparación a parto, las matronas te hablan de varias de ellas: que si tumbada en la cama de lado, que si en cima del pecho, que si sentada con el codo en ángulo y bla bla bla. Todo eso está muy bien si sólo dieras de mamar a tu enanito del bosque una vez al día. Podrías mantener la postura impertérrita, igual que un monje budista intentando alcanzar el Nirvana. Sin embargo, cuando te pasas con la teta fuera la mayor parte del día (y de la noche) llega un momento en que ya no sabes como ponerte tú, ni como colocar al bebé para que no te duela el cuerpo entero. Si además das el pecho durante bastante tiempo (yo con primera hija estuve más de una año) llega un momento en que a) el crío pesa lo suyo y se te duerme el brazo, la pierna y hasta el hombro,  y b) como ya camina y balbucea, se dedica al autoservicio, o sea, que te coge por banda, te levanta el jersey y dice alegremente «mamá, teta»… y ya puedes explicarle tú lo del «ombligo con ombligo» y otras zarandajas. Es verdad que lo único que impide la formación de las dolorosas grietas en el pezón es que el niño lo coja correctamente y para eso, sobre todo al principio, es esencial una buena postura. Pero una vez que los dos os sentís cómodos con el tema, creo que lo mejor es dejarlo fluir. Be water, my friend, que decía el del anuncio.

Me dejo en el tintero el espinoso tema del destete… pero eso, mejor, para otro día.

La cosa esa de la teta

El tema de la lactancia materna se ha vuelto últimamente controvertido y, la verdad, no entiendo muy bien por qué. Yo siempre consideré que el dar el pecho a un niño era lo más natural del mundo y que, excepto en casos excepcionales, eran lo que hacían todas las madres. A lo mejor porque en el pueblo donde me crié era normal ver a las señoras amamantando a sus hijos discretamente cubiertas con un chal o porque fue lo que vi en casa con mis primas y primos. El caso es que cuando me quedé embarazada de la Enana ni se me pasó por la cabeza comprar un biberón o leche de fórmula y mucho menos todos los atalajes que, al parecer, ahora resultan imprescindibles para alimentar a una criatura recién nacida como calienta biberones, esterilizadores, tetinas ergonómicas, cacillos medidores y otra parafernalia. Nada más nacer, intenté dar el pecho a mi hija, pero no conseguí que se enganchara de ninguna manera.  Yo estaba totalmente exhausta después de dos días de parto y la niña era pequeña y no tenía mucha fuerza, por lo que tampoco colaboraba, a lo que se sumó que por la habitación no pasó ninguna enfermera, matrona o similar que me aconsejara una postura o me diera alguna pista de cómo proceder. El caso es que cuando al día siguiente de dar a luz se llevaron a la Enana a la revisión correspondiente, apareció por la puerta una señora que se presentó como pediatra y que, a la velocidad del rayo, me explicó que la niña había perdido mucho peso y que había que alimentarla con leche de fórmula. La mujer se marchó tan rápidamente que no me dio tiempo ni a abrir la boca para preguntar algo, y dos minutos después apareció una enfermera con mi hija en brazos, chupando alegremente un biberón. Se me calló el alma a los pies.

A partir de ahí me trataron como si nunca me fuera a subir la leche y no me quedara otra que la lactancia artificial. Recuerdo con especial dolor la reunión a la que asistimos todas las mamás antes del alta, en la que daban consejos para conservar la leche materna extraída o para evitar la aparición de grietas. La matrona fue caso por caso entrando en detalles y repartiendo folletos: a la del bebé prematuro, a la madre que ya tenía un hijo mayor y sabía de qué iba la feria, a la que acababa sufrir una cesárea… y al llegar a mi, me miró y me dijo «Bueno, tú no, que no vas a dar el pecho» y se guardó el folleto sin entregármelo. Con dos cojones.

El caso es que me subió la leche al tercer día, ya en casa y yo me seguí poniendo a mi hija al pecho cada vez. Al principio no lo quería, porque del bibe salía con más facilidad que de mis tetas, pero insistí e insistí, tirando de sacaleches durante semanas y al final, una noche, me cogió el pecho… y ya no lo soltó. La Enana pasó dos meses con lactancia artificial, otros dos con lactancia mixta y luego un año completo agarrada a mi pecho y sin querer saber nada de tetinas de goma. Para mi fue la mejor experiencia del mundo. No era solo alimentar, si no consolar, mimar, dar calor y compañía ¡Por no mencionar la comodidad! Yo que pasé por ambas formas de lactancia afirmo con rotundidad que lo más sencillo, barato y efectivo es la teta: nada de comprar chismes, de levantarse a calentar agua a las dos de la mañana o de preparar una mochila de seis toneladas cada vez que se sale más de dos horas de casa. Por la noche, cuando se despertaba, la metía conmigo en la cama y seguíamos durmiendo las dos, sin calcular cantidades, enchufar chismes ni dejar trastos que limpiar o esterilizar al día siguiente. Si estábamos de vacaciones y se hacía la hora de la merienda, buscábamos un banco en un jardín o un rincón tranquilo en la playa y lo solucionábamos. Si quedábamos con amigos, metía en mi bolso un pañal y un paquete de toallitas y nos poníamos en la calle. Nunca miré el reloj. No sé si mamaba cada tres horas, como se supone que corresponde canónicamente, cada dos o cada cuatro. Cuando me lo pedía, la ponía al pecho y punto. A veces sólo quería dar una chupadita porque se había caído y quería consuelo. Otras veces tenía sed, bebía un rato y lo dejaba. Siempre era bienvenida y nuestro idilio de leche nos unió más que cualquier otra cosa.

La desteté con un año cumplido y lo hice por la sencilla razón de que queríamos tener otro hijo y a mi no me venía la regla ni a tiros (es más tardó aún cuatro meses en bajar después de dejar el pecho definitivamente). Fue duro para ella y aún más duro para mi,  a pesar de que lo hicimos de manera gradual y sin forzar demasiado la cosa.

Dicho todo esto quiero añadir algo más: sé que hay mujeres que no pueden o no quieren dar el pecho y su alternativa es tan válida como la que opta por la teta y la lactancia de larga o larguísima duración. Todo el mundo tiene un estilo de vida diferente y recurre a lo que mejor se ajusta a sus necesidades y características personales. No creo que una madre que dé el bibe sea peor que otra que dé el pecho ni que alguien que destete a los seis meses quiera menos a su hijo que el que continúa con la lactancia materna hasta los dos años o hasta los seis. Creo que todos deberíamos tener libertad para elegir lo mejor para nuestros hijos, sin que nadie nos juzgue y nos critique por ello, porque últimamente he visto en algunos blogs y páginas webs dedicadas a la maternidad verdaderos insultos contras las mamis que optan por la leche de fórmula. Casi como si estuvieran envenenando a sus hijos a posta. No podemos saber qué ha llevado a una madre a no dar el pecho, si sus razones son buenas, malas o regulares, ni somos nadie para juzgar un estilo de crianza y luego poner el grito en el cielo si alguien se mete con nuestra propia forma de educar a los niños. A mi me dijeron en más de una ocasión si pensaba seguir dando el pecho a la Enana hasta que fuera a la Universidad y os prometo que me sentaba como una patada en las tripas. Imagino que debe ser igual decirle a una señora a la que no conoces de nada: «Uy, si la leche de fórmula es malísima. No proteges a tu hijo de mil millones de enfermedades y peligros».

Amor y comprensión es lo que necesitan los niños. Y apoyo y ayuda lo que precisan las madres. El resto debería quedar al criterio de cada familia.

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