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Reincidente

Así soy yo: una reincidente. Y es que, como os conté hace unos días, a finales de junio sufrí un aborto. El segundo. También en la semana 8 de gestación, como si fuera una especie de maldición condenada a repetirse… En el fondo ha sido eso lo que me ha hecho volver. Porque voy por ahí de dura y de «machota», aparentando que me importa un bledo y asumiendo tranquilamente los 40 que acaban de caerme en cima como una losa, pero en realidad estoy echa mierda. Así de claro. Porque soy reincidente. Porque pensé que ya había cubierto mi cupo.

No fue un embarazo buscado ni deseado, pero sí muy bienvenido. Para mi era casi un milagro, porque parecía tenerlo todo en contra: la edad (se supone que la fertilidad femenina cae en picado a partir de los 35), los ciclos irregulares, el poco entusiasmo del costillo en tema… Vamos, que era más fácil que me preñara una paloma por obra del espíritu santo que mi marido. Y aún así ocurrió. Una noche tonta, media botella de vino y vualá. En cuanto se me pasó el pasmo inicial y dadas las circunstancias (antecedentes de hipotiroidismo, bajo peso, ¿he mencionado ya mi edad?), me apresuré a pedirle cita a la matrona que, tras tomar nota de todo, decidió enviarme a alto riesgo para curarse en salud. Creo que fue justo entonces cuando una vocecita cojonera en mi interior me susurró que aquello no iba a terminar bien. Instinto. Intuición. Llamadlo como os de la gana. El caso es que desde aquel día empecé a esperar el momento en que todo se iría a la mierda…

Los de alto riesgo me llamaron en seguida. No sé muy bien qué esperaba de ellos, pero desde luego no lo que me encontré. La gine que me atendió cuestionó la decisión de la matrona y me advirtió que en cuanto pasara el primer trimestre me mandaría de vuelta  a atención primaria cagando patatillas. A parte de pesarme y tomarme la tensión, ni se molestó en echarme un vistazo. Eso sí, me puso medicación para el tiroides, pero con mucha desgana, en plan: «Todas sois iguales. Os sale el tiroides un poco alto y ya estáis aquí haciendo fila, con lo supernormal que esto, por Dios» y me citó directamente para la eco de las 12 semanas. Eso fue todo. Que digo yo que menos mal que se llama «alto riesgo» porque si llega a ser «riesgo normal» ni entro por la puerta…

Quizá para intentar acallar la desazón que crecía en mi por momentos le pedí cita a mi antigua gine, a la que no veía desde el Embarazo de Tulga. Me la dio para el 23 de junio. No llegué a acudir.

Una semana antes me desperté a las dos de la mañana con dolor en la zona de los riñones. No parecía nada muscular, ni se calmaba aunque cambiara de postura, eran pinchazos constantes que no auguraban nada bueno. Al día siguiente, después de dejar a las niñas en el cole, me fui a urgencias con la loca esperanza de que me atendieran pronto y de que todo fueran paranoias mías. Después de tres horas de espera, la doctora que me tocó en gracia decidió que lo mío era un cólico al riñón y ordenó un análisis de sangre y de orina. Yo intenté convencerla de que era otra cosa, le pedí que me mandara directamente a ginecología, pero no hubo forma. Esperé otras dos horas el resultado de los análisis, con una vía puesta en el brazo por la me metían paracetamol a chorro («Claro, como estás embarazada no puedo ponerte otra cosa, hija». Si será culpa mía y todo…) y al final resultó que tenía el riñón como los chorros del oro. La doctora estaba estupefacta. «Si es que está todo normal», me dijo. Pues claro, cojones, porque no me pasa nada en los riñones. Si me hubieses escuchado hace 5 horas, lo sabrías, pero es mejor seguir el procedimiento. Me mandaron por fin a gine, a una sala de espera de la que yo tenía muy malos recuerdos. Había otra chica allí con su pareja llorando ya lo inevitable. El costillo salió de trabajar y vino a hacerme compañía. Hacía calor y no funcionaba la máquina expendedora para comprar un poco de agua, pero no nos atrevíamos a movernos por si nos llamaban. Un buen rato después se asomó por allí una enfermera, pariente de la chica que lloraba, y le dijo que la gine de urgencias se había metido a quirófano y que tenía para rato. No me lo podía creer.

En vista del panorama mi marido fue a buscar a la Mayor al cole (la Pequeña estaba ya con los abuelos) y a la vuelta me trajo una botella enorme de agua para no morir deshidratados. Eran casi las cinco de la tarde cuando por fin me llamaron a consulta. Entre sola. El costillo se quedó en la sala de espera con la Mayor, que se aburría soberamente y no tenía ninguna necesidad de ver lo que iba a suceder a continuación con su santa madre. Después de tanta espera entré en una consulta abarrotada. Además de la doctora y la enfermera había tres estudiantes  de diverso sexo, que ni se molestaron en saludar, aunque charlaban animadamente entre ellos, mientras se pasaban unos a otros mi escuálido historial de urgencias. Me desnudé de cintura para abajo y me tumbé con las piernas abiertas en el potro de tortura que llaman mesa de exploración. La gine empezó a hacerme una ecografía detallada, explicando punto por punto lo que iba haciendo, los botones que iba pulsando y las zonas en las que había que aplicar más o menos presión. A mi no me decía ni pío. Sólo hablaba con los estudiantes. Después de un buen rato le pasó el ecógrafo a uno de ellos y le obligó a repetir todo el proceso. Se me escapó una lágrima silenciosa y la enfermera, la única que me prestaba algo de atención (los demás miraban mi útero, pero a la señora espatarrada ni caso), me susurró: «Tranquila, terminan en seguida».

Después de un cuarto de hora de hacerme daño en lo más íntimo, la gine me espetó: «Ya te puedes vestir» y corrí al baño a ponerme las bragas. Cuando volví al despacho aún se tiró otros cinco minutos rellenando el informe antes de levantar la mirada y sentenciar: «El embarazo lleva un pequeño retraso ¿Seguro que tu última regla fue en esta fecha?». Se lo confirmé. «Pues nada. Te cito dentro de una semana para ver si la cosa evoluciona, pero si empiezas a sangrar te vienes otra vez por aquí. Adiós».

Me quedé quieta un segundo, sin saber si realmente tenía que irme y al final miré a la enfermera. «Ven que te quito la vía», me dijo con dulzura «Así no tienes que pasar otra vez urgencias y te puedes ir a casa». Le di las gracias llorando, respiré hondo un par de veces y salí. Supe con certeza en ese momento que había perdido al bebé. Aún seguía dentro de mi, pero ya no estaba. Eso fue el jueves. El sábado empecé a sangrar. No era nada escandaloso: una gotitas como el principio de una regla, pero como me habían dicho que si veía sangre volviera al hospital eso hice.

Llamé a mi amiga L. para que se quedara con las niñas y luego el costillo y yo enfilamos para urgencias. Esta vez la espera fue menor, entre otras cosas porque me enviaron directamente a ginecología, cosa que agradecí en extremo. El médico de guardia tenía mi historial delante, pero no leyó. Se limitó a preguntarme todo de nuevo: fecha de última regla, antecedentes reproductivos, motivos de la visita anterior… y cada palabra que pronunciaba era como una losa en mi corazón. Me hizo otra eco. Nada había cambiado y el sangrado era muy leve, así que me sentó en la silla y me comunicó que perder algo de sangre era de lo más normal al principio de un embarazo, que le pasaba a muchísimas mujeres y que no debía preocuparme (traducido al cristiano: «¿para qué vienes a molestar?»). Me recomendó reposo relativo (nada de sexo, esfuerzos o ejercicio, pero vida normal, que tampoco es para tanto, ¿eh?) y volver solo si tenía fiebre, dolor intenso que no se pasara con parcetamol o una hemorragia. Volvimos a casa.

Mi marido avisó a sus padres en previsión de lo que se avecinaba y se personaron en casa aquella misma tarde, porque aunque en el hospital trataban el tema como una banalidad, los dos sabíamos que era cuestión de horas. La madrugada del domingo al lunes Tulga se despertó llorando por una pesadilla. Me levanté a consolarla, la metí de nuevo en la cama y al ponerme de pie noté que algo líquido y caliente me chorreaba pierna abajo. Fui al baño corriendo y al dar la luz vi que tenía una hemorragia del copón. Llevaba puesta una compresa de las grandes pero la sangre la había desbordado y goteaba por el suelo del pasillo, del baño y del dormitorio. Me lavé, me cambié, me puse otra compresa, súper noche plus, tamaño pañal y me tumbé en la cama, con los ojos como platos, dispuesta a esperar. No quería que me volvieran a acusar de ir a urgencias por «unas gotitas de sangre de lo más normal en cualquier embarazo». Si me daba otro paseo al hospital sería por una buena razón. En las siguientes tres horas me cambié tres veces de compresa y cada vez que me sentaba en el váter notaba unos coágulos gigantescos escurriendo de mi interior de la forma más desagradable posible. Aún así seguí esperando, para ver si aquello remitía, si era algo más que un capricho mío o si merecía la pena «preocuparse». En vista de que la hemorragia no paraba y de que empezaba a marearme, sobre las cinco y media de la mañana desperté a mi marido, le expliqué la situación y nos fuimos a urgencias. La sala de espera estaba vacía. La nueva gine que me atendió (tres médicos distintos en cuatro días) me hizo repetir la perorata de siempre: fecha de última regla, antecedentes reproductivos, bla bla bla… no sé para qué escriben doscientos mil informes al día si luego nadie lee nada! En la ecografía el saquito gestacional se había desplazado un poco hacia abajo, arrastrado por la sangre, pero como a) después de cinco horas, la hemorragia había remitido y b) el saco seguía dentro, la doctora dijo que aquello era una «simple» (palabra textual que llevo grabada a fuego en el alma) amenaza de aborto, que volviera a casa y siguiera haciendo reposo relativo. Creo que se me escapó algo así como: «Vamos, como la otra vez…», con tono ligeramente borde, porque la gine recalcó en el informe que había informado a la paciente que debía volver en caso de: hemorragia, fiebre, etc. y que yo había comprendido las instrucciones. No fuera que encima me diera un payá y la denunciara…

Había decidido que, pasara lo que pasara, me iba a quedar en casa hasta la revisión que tenía marcada para el jueves. Ya estaba harta de todo y quería un poco de intimidad. Continué sangrando con más o menos intensidad durante todo el día y el martes por la tarde empecé a notar un dolor diferente, un dolor rítmico que conocía muy bien, el dolor de las contracciones, solo que a pequeña (pequeñísima) escala. Me fui al baño y allí, sentada en el retrete, dejé que saliera el saquito gestacional. Era muy chiquitito, de a penas 2 centímetros, y no me atreví a abrirlo. Lo envolví cuidadosamente en papel higiénico, le susurré adiós a mi bebé y lo tiré al váter. Para mi sorpresa no sentí ganas de llorar. Estaba anestesiada, como si aquello le estuviera pasando a otra persona y yo solo estuviera allí, mirando, sin acertar a reaccionar. Seguí en ese estado hasta el jueves, cuando acudí al hospital acompañada del costillo para la eco que tenía programada. La doctora confirmó que el aborto había sido limpio y completo y que todo estaba en orden. Fue la primera, de todos los ginecólogos que me habían atendido esa semana, que me dijo: «Lo siento muchísimo». La miré sin saber qué decir. Me sentía vacía. Sin nada que ofrecer.

Estuve de baja dos semanas. Mi médico de cabecera a raíz del resultado de mi analítica, me hizo tomar hierro en cantidades industriales y continuar un mes más con la medicación para el tiroides. A principios de julio volví al trabajo y la vida siguió su curso. Hasta hace unos días.

Una noche, mientras cenábamos, mi marido hizo un comentario inocente sobre la película que estábamos viendo, algo sobre que lamentaba no tener un hijo varón que heredara sus cosas de «hombre» y de repente algo se rompió en mi interior. Fue como si por fin despertara tras un largo sueño y todo el dolor que no sabía que tenía dentro se derramara de forma incontrolable. Me di cuenta de que había perdido a otro hijo, de que era reincidente… y empecé a llorar. Lo hice durante casi una hora en mi cuarto, lejos de todos y sin que nadie se enterara y al día siguiente, después de más de un año, volví a este blog. He dejado aquí toda la historia, para que no se pierda, para no olvidarme de ella, para compartir esta pena y dejarla atrás. Porque nadie debería pasar por esto dos veces. Porque nadie debería ser reincidente…

Lo que perdiste en el camino… — Princesas y Princesos

 

Es la primera vez que comparto el post de otra persona. Pero hoy, hace dos años, habría nacido el bebé que perdí.

Hoy.

Ahora.

Deberíamos estar soplando las velas…

Al leer a Princesas y Princesos se me saltaron las lágrimas, tonta que es una, y por eso quería compartirlo… La tristeza, la alegría, la vida de un soleado día de junio.

«Lo que perdiste en el camino. Aquello que habías hallado… Y tu? Qué has perdido? Duele Es así. Duele. Todos los días escucho, leo, comparto las emociones de mujeres que perdieron un hijo, un bebé, que abortaron. Y todas se disculpan. Se disculpan por llorar, por sentir, por expresar su pérdida. Y guardamos con mimo…»

a través de Lo que perdiste en el camino… — Princesas y Princesos

Embarazo, un, dos, tres… The missing folder

Y así como el que no quiere la cosa nos plantamos en tercer trimestre, la recta final del embarazo. A estas alturas muchas futuras mamás están muertas de impaciencia, tanto por conocer a su pimpollo como por deshacerse de los mil y un achaques que las vuelven locas. Tengo que decir que ese no fue mi caso, para empezar porque tanto la Enana como Tulga se me adelantaron, así que no sé lo que es salir de cuentas y sumar días a la famosa Fecha Probable del Parto (FPP). Por otro lado, excepto por la enoooooorme barriga que desarrollé en ambos casos, a penas tuve molestias en el tercer trimestre y pocos síntomas puedo aportar de primera mano para ilustrar este post (de segunda y tercera tengo la tira, faltaría plus). Sí. Lo sé. En este momento muchas de vosotras me odiáis, pero si os sirve de consuelo la Mayor tuvo a bien demorarse unas 36 horas para venir al mundo, o sea, que yo también me fui servida a casa… Dicho esto, vamos a rematar la faena.

El tercer trimestre o la lucha por el espacio.

La mayoría de las molestias de estas semanas son el resultado del aumento del tamaño del bebé que cada vez comprime más nuestros órganos internos y sigue moviéndose con saña. En mi caso, mi principal malestar me lo causaron otra vez la jodías hormonas (¡¡¡que les habré hecho yo, por Dios!!!).

1) Rasca que te rasca. Quince días antes de dar a luz a Tulga, estaba yo tan tranquila tumbada en el sofá (cosa ya de por sí extraña), cuando de repente me empezaron a picar los pies. Me di una rascadita, pensando que sería un mosquito y no le di importancia. Sin embargo, al día siguiente me picaba todo el cuerpo y cuando digo todo, quiero decir TODO. El interior de las orejas, los pliegues entre los dedos de las manos, el paladar… Si había piel, a mi me picaba y, oyes, ¡resulta que tenemos piel por todas partes! Se lo comenté a la matrona de las clases de preparación al parto y me dijo que era culpa de los estrógenos y que lo mío se conocía como prurito del embarazo. Manda huevos ¡si hasta tenía nombre y todo! Me recomendó duchas templadas, mucha crema hidratante, no rascarme y si, a caso, darme un baño con avena, que al parecer es muy calmante y viene de maravilla en estos casos. O sea, que me aguantara, dicho en cristiano.  Y eso fue lo que hice. Por suerte, Tulga no se hizo esperar y nada más parir la comezón desapareció como por arte de magia, así que tampoco puedo quejarme. En otros casos (muy raros) el picor es uno de los síntomas de un problema grave como es la colestasis, que afecta al hígado y puede resultar muy peligrosa para el bebé si no se trata (una amiga mía la sufrió y es pa’agarrarse los machos). La colestasis va acompañada de otros síntomas como, por ejemplo, ictericia y oscurecimiento de la orina (mi amiga me decía que era como si meara coca-cola!!!!) así que si os pica ¡no os agobiéis! y rascaros con moderación.

2) Tensando, tensando… Como ya he dicho, en especial el último mes, desarrollé una barriga importante en ambos casos…, vamos que no me caía de boca de puro milagro. En lugar de dos niñas de peso más que aceptable (3020 gr la Primera y 2900 gr la Segunda) parecía que estaba a punto de parir los trillizos del Hagrid de Harry Potter. Por esa razón, ya casi al final volví a notar algunos pinchazos musculares, sobre todo en la zona de la cadera, como resultado de la tensión a la que estaban sometidos mis pobres ligamentos, aunque más que dolor era una molestia tipo «me-pesa-un-huevo-la-barriga» que se pasaba descansando un rato.

Harry Potter and the Half-Blood Prince

Hagrid es el del medio. Por si os quedan dudas.

 

Y ya. No miento cuando digo que he tenido embarazos muy buenos. Sin embargo, sé de buena tinta que otras mujeres pasan las de Caín y por si a caso os toca la china (N., A., esto sigue yendo por vosotras!!!!), os hago una lista. Ya sabéis: Mal de muchos…

3) Patas de Elefante. Cada vez que iba a la consulta de la matrona, la chica (o señora) que me tocaba en gracia insistía en preguntarme por mis piernas y mis pies. Yo no entendía nada, porque mis piernas estaban perfectas (de hecho, estupendas!) hasta que llegué a preparación al parto la primera vez… Madre del amor hermoso ¡de la que me he librado! Es todo lo que puedo decir. Una de las maravillas de la preñez es que se retienen más líquidos que en una presa y como resultado se producen edemas, o sea, la inflamación de algunas partes del cuerpo, esencialmente la cara, las manos, las piernas y los pies. Esto se agudiza en el tercer trimestre, y más si hace calor, de manera que algunas mamis van por ahí con piernas de elefante y los anillos incrustados en los dedos. En serio: cuando vi a algunas de mis compañeras con los pies del tamaño de un bota de agua comprendí de pronto la insistencia de la matrona y bendije mi buena estrella… ¿Qué hacer si os pasa? Pues intentar poner las piernas en alto, daros duchas de agua fría (si es verano, meter las piernas en la piscina), quitaros anillos y joyas que os aprieten, evitar pasar mucho rato sentada (viajes largos en coche o avión), y poco más.

4) El ataque de la estría asesina. Aunque tu tripilla no sea abultada y tú no ganes demasiado peso, durante el embarazo la piel se estira mucho y, claro, al final pueden aparecer las famosas estrías, no sólo en el vientre sino también en los pechos, los muslos o las caderas. Tengo entendido que en este tema, aunque tú ayudes a base de cremas y potingues, prima sobre todo la genética, o sea, que si te van a salir estrías al final te salen aunque vayas embadurnada de la cabeza a los pies con aceite de oliva extra virgen. Yo usé una crema hidratante normal, para piel seca, y procuré untármela todos los días, cosa que en mi segundo embarazo sólo conseguí a medias (mamá, ¿qué eso que te pones? mamá, ¿me lo puedo poner yo? mamá ¿por qué pringa tanto? mamá, ahora en la nariz… Esa era la letanía que acompañaba mis esfuerzos estéticos cada mañana. Como para insistir). Por si a alguna le sirve esta fue la crema que usé yo. Como veréis nada de otro mundo… y bien barata!

5) Estreñimiento, acidez… y en cima ¡hemorroides! Si es que está todo muy achuchao ahí dentro: el estómago, los intestinos, la vejiga… El tercer trimestre suele ser el favorito de los desajustes gástricos… y el de los vendedores de antiácidos, que hacen su agosto con las pobres embarazadas. Las hemorroides no son más que una consecuencia del estreñimiento y, por lo que tengo entendido, a veces desaparecen tras el parto. El remedio para todos estos males suele ser cuidar muy bien la alimentación, mantenerse hidratadas y en movimiento… y tirar de yogures activia si hace falta!

La presión del útero creciente también es la responsable de otros malestares como la aparición de varices en las piernas, la falta de aliento o las constantes ganas de hacer pis, que pueden llevar a algunas futuras mamás a levantarse tres y cuatro veces cada noche para ir al baño.

6) La famosa ciática. Y digo famosa porque suele ser razón por las que muchas mujeres se cogen la baja laboral unas semanas antes de dar a luz. Los dolores de espalda pueden aparecer en cualquier momento, pero cuando el peso del bebé es mayor, nuestros músculos tienen que hacer un esfuerzo extra y, a veces, se joroban. Yo practiqué yoga durante mis dos embarazos (con la Enana hasta los 8 meses y con Tulga, algo menos, hasta las 29 semanas), quizá eso me libró de sufrir un buena ciática, aunque no puedo poner la mano el fuego… En cualquier caso, el ejercicio (moderado, eso sí) no hace mal a nadie: ni a la madre ni al bebé y puede aportar grandes beneficios.

Y ya para terminar, comentar las pruebas médicas que nos acechan, quiero decir, que nos realizan en la seguridad social:

1) El mismo análisis de sangre y orina que en las ocasiones anteriores, esta vez sin acompañamientos desagradables como el test de O’Sullivan. Se pide también una prueba de coagulación por si quieres solicitar la epidural, ya que si tus plaquetas no están echas unas fuertotas este tipo de analgesia está contraindicada. No lo he dicho hasta ahora pero el análisis de orina obedece a que las embarazadas suelen coger infecciones urinarias con cierta frecuencia. Si te la diagnostican, no te preocupes, se trata muy bien con antibióticos y santas pascuas.

2) Recogida de una muestra vaginal y anal para la prueba del estreptococo. De ello se encarga la matrona sobre la semana 35 y si das positivo y el parto es vaginal, te enchufarán antibióticos en vena para evitar que el niño se infecte. No es peligroso ni tiene más inconveniente que el tener que ir al hospital nada más ponerte de parto para te puedan administrar el tratamiento. Con lo a gusto que se está en casita…

3) Y la tercera y última ecografía, en la que se valora el peso del bebé y se comprueba si está correctamente colocado, o sea, cabeza abajo. Si en la anterior eco quedó alguna duda del sexo de la criatura, aquí te lo confirman del todo.

Es posible que me dejé alguna cosa en el tintero, pero hasta aquí llega mi sapienza. Os resumo ahora mis terceros trimestres:

La Enana.

Síntomas: Alguna molestia muscular, sensación de «pesadez»

Peso ganado: 4 kg.

Tercera eco: a las 33 semanas.

Barriga: Hasta los ocho meses, redonda pero asumible. Las últimas cuatro semanas creció exponencialmente hasta volverse descomunal. Como detalle curioso decir que mantuve mi ombligo intacto casi hasta las 30 semanas.

Estado emocional: Impaciencia por conocer a la pequeñaja. Algo de incertidumbre ante el parto.

Tulga.

Síntomas: Prurito del embarazo.

Peso ganado: 5 kg

Tercera eco: a las 33 semanas.

Barriga: Enoooooorme desde las 30 semanas, no sé como no me llegaba a la barbilla. Mi ombligo: desaparecido en combate desde el trimestre anterior.

Estado emocional: Impaciencia por ver a Tulga y asegurarme de que todo estaba bien. Miedo ante el parto: cero patatero. Así me fue.

Bueno, chicas, espero haberos sido de ayuda. Si aún os queda alguna duda, no tenéis más que manifestaros! Ánimo con esas tripillas!

 

Embarazo, un, dos, tres… Reloaded

matrixreloaded

El embarazo se parece mucho a la peli de Matrix: no sabes a ciencia cierta de qué va casi hasta el final… ¡pero mola un huevo! Os resumo brevemente cómo fueron los primeros tres meses de mis embarazos antes de meterme en materia:

La Enana.

Síntomas: acné, aumento del tamaño de los pechos, algún dolor muscular.

Peso ganado: 0 kg.

Primera eco: a las 13 semanas.

Barriga: ni la más leve sombra.

Estado emocional: Incredulidad total.

Tulga.

Síntomas: acné (menos), aumento del tamaño de los pechos, nauseas, dolores musculares, cansancio infinito.

Peso ganado: -2 kg. Sí, adelgacé como una campeona, es lo que tiene pasar dos gastroenteritis en el primer trimestre.

Primera eco: a las 12 semanas.

Barriga: despuntando desde la semana 10. Hubo gente que se dio cuenta de mi estado antes de los dos meses.

Estado emocional: Auténtico pavor.

¡Como veis no me gusta repetirme! Original que es una… También es verdad que en mi segundo embarazo había un factor externo (léase, una niña de dos años y con el espíritu de Atila) que contribuyó a que me cansara más, me pusiera más veces enferma y, en general, me olvidara de mi estado el 94% del tiempo.  Cosas de la bimaternidad. En fin. Vamos al lío.

El segundo trimestre: de las mariposas en el estómago a las patadas de fútbol

Sin duda este es el mejor trimestre de todos, primero porque los síntomas más desagradables del principio, como las nauseas o el cansancio, disminuyen o desparecen y segundo, porque por fin nos brota esa maravillosa tripita que nos hace sentirnos verdaderamente embarazadas ¿Qué cambios nos aguardan en este periodo? Pues según mi experiencia los siguientes:

1) Cuestión de pelos. Esto para mi fue una de las grandes sorpresas del embarazo. Yo creo que la naturaleza pensó: «Bueeeeeno, ya que vamos a fastidiar bien fastidiadas a estas pobrecicas de Dios, por lo menos que tengan algo positivo a lo que aferrarse». La muy japuta. Y es que, amigas, al poco de empezar el segundo trimestre te das cuenta de dos cosas: una, que tu melena ahora es un melenón, mucho más espeso y brillante que nunca antes en toda tu vida y dos, que el vello te tus piernas, brazos, etc. prácticamente ha desaparecido. Que sí. Que hablo en serio. Por causas hormonales, el pelo de la cabeza se queda estancado en su fase de crecimiento y no se cae, de manera que una va por ahí como el león de la Metro. Vamos: ¡El terror de los peluqueros! Item más: se te olvida lo que es la depilación. Con que te pases la epilady un poco por encima cada dos meses vas que te matas. Un lujo asiático. Eso sí: es parir y todo vuelve a la normalidad en cuestión de minutos ¿He dicho ya que la naturaleza es una japuta?

2) La línea alba y otras manchas. Una buena mañana te miras la barriga y ahí está: una línea marrón que empieza en tu ombligo y baja hasta el pubis ¡¿Pero cuándo me ha salido a mi esto?! Y, sobre todo ¡¿se me va a quitar?! No hay de que preocuparse. Es la famosa línea alba. Le sale a casi a todas las embarazadas y, aunque tarda un poco (yo hace siete meses que di a luz y aún tengo una leve sombra), al final se va. Otro cantar son las manchas en la cara, sobre todo alrededor de la boca, que son más jodías de eliminar y a veces se acomodan en tu cutis pa’los restos. Todo es consecuencia de la alteración de la melanina (¿habrá algo que no se vuelva loco cuando nos quedamos preñadas? Si es que nuestro cuerpo parece un parque de atracciones, de verdad), que vuelve a nuestra piel especialmente sensible. Por eso es muy recomendable usar protección solar, incluso en invierno, e intentar no exponernos mucho al sol. A mi, por suerte, no me salió nada en la cara, pero mi prima llegó a tener un auténtico antifaz. Esto es como la primitiva: hay pocas posibilidades, pero al final a alguien le toca.

3) A las ricas contracciones de Braxton Hicks o como ir preparando el terreno. En algún momento del segundo trimestre sientes que, de pronto, tu tripa se pone dura durante unos segundos y luego vuelve a relajarse. No duele. A veces ni molesta, aunque en ocasiones puede resultar incómodo o especialmente intenso. Felicidades, acabas de experimentar una contracción de Braxton Hicks. El señor Hicks describió lo que viene siendo un ensayo general de nuestro organismo de cara al parto, o sea, las contracciones del útero que hacen posible la dilatación y el nacimiento del bebé. Puedes tener muchas, pocas o ninguna (o como yo en mi primer embarazo, tenerlas y ni enterarte hasta que la matrona te lo hace notar), pero no son peligrosas ni malas, e incluso si alguna llega a ser dolorosa nunca lo será tanto como las de parto (cuando aparecen esas lo flipas en colorines y te cagas en lo que se menea. Te lo garantizo). Con Tulga yo las tuve desde las 16-17 semanas (ya sabía reconocerlas ;P), y a medida que avanzaba la gestación llegaron a hacerse muy continuas y molestas, hasta el punto de tener que estirarme si estaba sentada o pararme si iba caminando. No sé si tuvo algo que ver o no, pero a lo mejor fue eso lo que contribuyó a que mi segundo parto fuera extra-rápido y que la peque casi naciera en la rotonda camino del hospital. No lo descarto.

4) Anda amor, dame un besito… Y un achuchón. O dos. Porque la libido se dispara y acabas más salida que el pico de una esquina, con ganas de zumbarte a todo lo que se menea. Vamos, que si el costillo colabora, lo dejas seco en un par de semanas… Lo que pasa que no todos se dejan. Ains, qué mojigatos. La explicación pa’ esto creo recordar que tenía que ver con la mayor irrigación sanguínea de la zona vaginal o a lo mejor era cosa de las dichosas hormonas, no estoy segura. En cualquier caso, disfrútalo mientras dure, porque como ya escribí en otro post, una vez que nace el churumbel la pareja entra en el dique seco una buena temporada.

5) Para terminar mi conocimiento personal de este trimestre tengo mencionar algo que no es un síntoma en sí mismo, pero que se manifiesta también en este momento. Me refiero a los movimientos de bebé. Dependiendo de tu constitución y de si es o no tu primer embarazo, la primera vez que una futura madre nota a su hijo haciendo de las suyas suele ser entre la semana 16 y la 22. Al principio es como un aleteo o un pececito que de pronto da su salto en tus entrañas. No estás segura de haberlo sentido y te quedas muy quieta a ver si se repite, pero nunca lo hace, con lo que te sientes un poco boba y empiezas a sospechar que tienes gases. Luego, a medida que la criatura crece y va cogiendo fuerza, el aleteo se convierte en golpe, patada o puñetazo, a veces en un agitación tan salvaje que una piensa que tiene dentro un equipo de fútbol completo entrenando para la Champion. En cualquier caso la sensación es indescriptible. Para mi no hay nada mejor. Yo empecé a notar a mis hijas muy pronto, sobre la semana 17-18, al principio sólo cuando estaba recostada y después de haber comido (el azúcar es lo que tiene) y luego a cualquier hora, aunque las dos han tenido predilección por las noches. Se supone que al final del embarazo, al no tener tanto espacio disponible, los bebés se mueven menos, pero estas no pararon un segundo hasta el mismo momento del parto.

Y, ahora, como en el post anterior, van todos aquellos achaques de los que tengo noticia por parte de amigas, compañeras de trabajo o conocidas de las clases de preparación al parto, y  de los que yo, suertuda de mi, me libré en ambos casos. Por ejemplo:

6) Estreñimiento y acidez de estómago. Tanto lo uno como otro son el resultado de la presión del útero creciente sobre los órganos internos de la mami. Y, o yo tengo espacio de sobra o un intestino que es la hostia excelente, porque para mi comer e ir al baño no supusieron ningún problema en mis embarazos. También es verdad que el momento estrella de estos síntomas suele ser el tercer trimestre cuando está todo más «apretao», pero ni aún entonces experimenté el más leve malestar gástrico ¡Bien por mi!

7) Insomnio. A veces por los movimientos del bebé (yo me limitaba a darme la vuelta y seguir durmiendo), por los calambres (¿?¿¿??), por las ganas de hacer pis o porque el cuerpo te está dando una pista de lo que te aguarda en el futuro, algunas madres empiezan a tener dificultades para dormir en estos meses. Como digo, no fue mi caso. Yo he roncado cual marmota todas las noches,… salvo aquellas en las que mi Enana se despertaba por algún motivo estrafalario como la bruja de Blancanieves intentando entrar por la ventana de su habitación, pero esto son imponderables de la vida que poco o nada tienen que ver con el embarazo.

8) ¿Dónde he puesto las llaves? Muchas mujeres tienen en este periodo la cabeza en las nubes. Se olvidan de las cosas, están todo el día despistadas, pierden el móvil y el bolso dos veces por semana, etc. ¿Es raro? Sí ¿Hay que preocuparse? No. Es un síndrome habitual durante la gestación, consecuencia de la sopa hormonal en la que se ha convertido nuestro cerebro, que durante el embarazo parece estar para pocas. Si es que la naturaleza será una japuta, pero es sabia y nos inunda de endorfinas y otros vapores para que veamos todo de color de rosa y nos quedemos preñadas… ¡Y hasta repitamos experiencia!

Y ahora un repasillo a las pruebas médicas del segundo trimestre, que por la seguridad social de mi ciudad son dos:

1) Un análisis de sangre y orina, sólo que esta vez el primero viene acompañado del asqueroso test de O’sullivan, que sirve para valorar los niveles de azúcar en sangre y prevenir la diabetes gestacional. El beberte un jarabe de glucosa, pegajoso y tremendamente dulce con el estómago vacío hace que se te revuelvan las tripas cosa mala y esto es peligroso porque si vomitas no vale la prueba y hay que repetirla. Yo lo pasé fatal en ambos casos (peor la primera vez, sobre todo porque la enfermera no me encontraba la vena y acabé con los brazos llenos de cardenales por su culpa), aunque al final conseguí contenerme y no decoré los zapatos de la chica que me pinchaba con azúcar regurgitado.

2) La ecografía morfológica, la más importante, porque determina si el bebé presenta alguna malformación o si hay algo que no marcha correctamente (bajo peso, placenta previa, poco o mucho líquido amniótico, etc.). También es la eco en la que, si quieres, te dicen el sexo de la criatura por eso de ir comprando la ropa adecuada!!!! Suele hacerse entre la semana 20 y la 22 y es doble: vaginal y directamente sobre la tripa. Dura algo más que la primera, porque tienen que mirar y remirar al bebé, cada órgano y cada miembro y eso lleva su tiempo. Además, si el chiquillo no colabora y se dedica a dar el culo a la cámara, a lo mejor te toca ir a comer algo dulce y dar un paseo para que se recoloque y se deje ver en condiciones.

Y si todo va bien, hasta aquí hemos llegao. La matrona te ve una vez al mes, te pesa, te toma la tensión, te pregunta con voz cantarina «¿Y qué tal?» y con un poco de suerte te pone un cacharro en la barriga para escuchar los latidos del bebé durante medio minuto. Si se presenta algún problema, como por ejemplo, que la curva de glucosa te de alta, entonces te repiten la prueba y te ponen a dieta hasta el parto. En mi caso, fue en este segundo análisis donde descubrí que padecía hipotiroidismo subclínico y digo descubrí porque si no me pongo un poco burra y le doy la vara a mi médico de cabecera aún estaría sin enterarme de nada. El hipotiroidismo es bastante frecuente en las embarazadas y no reviste mayor gravedad, aunque sí es importante tratarlo  y hacerlo cuanto antes, sobre todo, en el primer trimestre, porque el feto no produce hormonas tiroideas y depende exclusivamente de las de la madre para su desarrollo neuronal. Un hipotiroidismo no tratado puede dar lugar a un aborto, a un parto prematuro o a bebés con poco peso al nacer, y en los casos más graves ceguera, sordera o deficiencia mental en el niño. Cuando fui a recoger los análisis del segundo trimestre mi atento doctor me dijo con tono monocorde: «Umm, el azúcar está bien, tienes anemia, te voy a recetar hierro, y el colesterol está por la nubes, así que bebe leche desnatada…. ah, y esto está un poco alto, pero bueno». Y yo: «¿El qué está alto?». «Nada, nada, el tiroides». «¿Y eso qué es? ¿Hay algún problema?». «No. Bueno, sí. ¿Tienes consulta con la matrona pronto? ¿Sí?, pues pregúntale a ella…». Y allí que fui a preguntarle a la matrona que se me quedó mirando con cara de haba sin saber qué contestar: «Ay, chica, pues no sé ¿por qué te ha dicho que me preguntes a mi? Espera que luego hablo con una colega del hospital y le consulto». Unas horas después la matrona me llamó al móvil y me dijo apurada que fuera al día siguiente a ver al médico, que ya me había pedido ella misma la cita a primera hora de la mañana, que me recetara tratamiento para el hipotiroidismo y me diera un volante urgente para el endocrino. Y todo para ya, pero ya. Yo empezaba a acojonarme, pero mi médico se lo tomó todo con una pachorra increíble, me preguntó que por qué me tenía que recetar las pastillas (cómo si yo lo supiera) y me dijo que, con las lista de espera que había, tendría suerte si el endocrino me veía antes de dar a luz (yo estaba ya de 23 semanas). Cuando un mes después por fin me recibió el especialista puso el grito en el cielo: por qué rayos no había ido a su consulta nada más quedarme preñada, que a estas alturas del embarazo poco se podía hacer, que cómo no sabía yo que tenía el tiroides chungo (porque, claro, todos nos miramos el tiroides por la mañana nada más levantarnos), que si tal y que si pascual. Resumiendo, que estuve en tratamiento el resto del embarazo y sumida en la incertidumbre hasta que dos meses después de nacer Tulga nos llegaron los resultados de sus análisis diciendo que estaba todo bien. Manda huevos. Pero bueno, no voy a hacerme mala sangre a estas alturas.  Os resumo mis dos segundos trimestres:

La Enana.

Síntomas: Pelazo espectacular, aparición de la línea alba, aumento del deseo sexual.

Peso ganado: 5 kg.

Segunda eco: a las 20 semanas.

Barriga: Empezó a asomar sobre la semana 16, aunque mucha gente aún dudaba si lo mío era un embarazo o un exceso de tapas y cerveza. Se hizo evidente a partir de la semana 20-21, pero en tamaño manejable.

Estado emocional: Feliz de la vida.

Tulga.

Síntomas: Pelazo espectacular, aparición de la línea alba, aumento del deseo sexual, contracciones a gogó.

Peso ganado: 7 kg. Los dos que había perdido y cinco más de regalo. Por chula.

Segunda eco: a las 21 semanas.

Barriga: A las 16 semanas nadie dudaba de que estaba embarazada. Al final del trimestre (sobre la semana 28) había quien me decía «Te falta poco, ¿no?», porque entre mi corta estatura y el barrigón que llevaba parecía a punto de echar a rodar.

Estado emocional: Auténtico pavor.

Y hasta aquí el segundo trimestre. En breve la tercera y última entrega!

 

 

Embarazo, un, dos, tres…

Tengo a dos grandes amigas embarazadas por primera vez y, como toda buena madre primeriza que se precie, están llenas de dudas y preguntas. Dado que servidora ha pasado por el trance en un par de ocasiones y sé lo que cuesta hablar de ciertas cosas con la matrona, he decidido condensar mi sapienza en tres post sobre el tema, uno por cada trimestre. N., A., ¡va por vosotras!

Primer trimestre, entre el «nomelocreo» y la felicidad continua.

Ya está. Estás embarazada. El predictor o el análisis correspondiente da positivo y ¿ahora qué? La primera vez que te pasa algo así te entran ganas de gritar: «¡Paren las rotativas! ¡A ver, todos en orden, que estoy preñada! ¡Ginecólogos del mundo, sacad los ecógrafos!» Por eso, cuando llegas a la consulta de la matrona y ésta a parte de apuntar la fecha de tu última regla y pesarte ni siquiera te mira, te sientes un poco decepcionada ¿Ya está? ¿Esto es todo? Oiga, mire, que le he dicho que estoy embarazada… Si tienes suerte y la chica es un poco simpática o está de buenas, a lo mejor te da pie a hacerle alguna pregunta con voz de pajarito asustado, pero si no te vas a tu casa con la recomendación de no comer jamón y lavar bien las lechugas hasta el mes siguiente. Y, claro, eso es mucho esperar.

¿Qué pasa en el primer trimestre? ¿Soy tan rara como la sangre de unicornio por no querer comer patatas fritas? ¿Cuándo demonios me van a hacer una ecografía? Basándome en mi experiencia personal (y también en alguna experiencia ajena), puedo decir que los primeros meses tienen quizá los síntomas más curiosos de todo el embarazo.

1) A la rica paella valenciana o como llenarse de granos hasta la bandera. Pues sí. Es lo que tiene la revolución hormonal: se te pone la cara como en tus peores días de adolescencia ¡Hasta espinillas en los hombros y en el escote me salieron! Me casé embarazada de poco más de tres meses y recuerdo perfectamente que el día de la boda tenía dos granos como dos obuses, uno en la frente y otro en la barbilla ¡Menos mal que tengo amigas que hacen magia con el maquillaje, porque si no hubiese parecido la novia Hell Boy!

Hellboy_by_randis

¿A qué molo?

 

2) Eso yo no me lo como... Da igual que fuera tu comida favorita, de repente sólo pensar en ella te da asco. O simplemente no te apetece y quieres comer otra cosa que antes ni catabas. Tranquila, es normal. Les pasa a muchas mujeres en estado de buena esperanza. Los que me conocen saben cuánto me gustaba la coca-cola. Era capaz de beberme dos litros al día sin pestañear, pero desde que concebí a la Enana no he vuelto a probarla. Ni un sorbo. Se me quitaron las ganas. Igual que de tomar café. Por alguna razón mi cuerpo empezó a rechazar cualquier cosa que llevara cafeína y aunque me lo pusieran delante y me muriera de sueño me veía incapaz de acercarme algo así a los labios. Que no. Que pa’ ti. Porca miseria…  Muy relacionado a este nuevo y maravilloso sentido del gusto, está el famoso superolfato de las embarazadas, capaz de detectar la presencia de un bote de mayonesa abierto a 50 metros de distancia. Yo no tuve la dicha (o desdicha) de gozar de ese privilegio, pero conozco casos dignos de estudio, como el de una amiga a la que se le revolvía el estómago cuando su vecina del quinto hacía palomitas. Verdad, verdadera.

3) Las famosas nauseas mañaneras. Se supone que este es el principal defecto del primer trimestre: las angustias y las vomitonas nada más levantarse de la cama. Sin embargo, tengo que decir que no siempre se presentan y cuando lo hacen no tienen por qué ser a una hora concreta del día. Con la Enana no tuve ni una. Ni siquiera pequeñita. Pero con Tulga aparecieron al rededor de la octava semana y se quedaron conmigo casi mes y medio. Aparecían fundamentalmente por la noche y, aunque suene contradictorio, se me solían pasar comiendo. Como veis la variedad en este campo es amplia y sea cual sea vuestro caso, seguro que encontráis alguno peor, así que ¡ánimo!

4) El «¡¿perodedóndehasalidotodoesto?!», también conocido como el increíble caso del pecho creciente. Mi primer síntoma de embarazo, antes incluso de la primera falta, ha sido en ambos casos un aumento espectacular del tamaño de mis tetas. Una noche me acuesto plana, y al día siguiente me encuentro todo un melonar por delantera. Así. Sin más. Algunas mujeres notan además el pecho especialmente sensible, hasta el punto de que el menor roce las molesta, aunque ese no fue mi caso. Sí experimenté, como todas, el oscurecimiento progresivo del pezón que pasó del rosado al marrón oscuro en pocos días. Con la Mayor fue muy pronto, antes de las 12 semanas, pero en mi segundo embarazo esta pigmentación oscura ha tardado algo más en dejarse notar. Por si os preocupa el tema take it easy: tras el parto la cosa vuelve a la normalidad en poco tiempo.

5) Dolores musculares: ¡Hay que empezar a hacer sitio al inquilino! La primera vez me asusté, porque eran dolores bastante fuertes en los costados del vientre, cerca de las caderas y como primeriza desinformada no sabía si aquello era normal o síntoma de que algo no iba bien. Pero no. Es normal. Los músculos y tendones empiezan a distenderse para dejar espacio al útero creciente y el resultado son unos pinchazos molestos que se calman descansando o tomando paracetamol (uno de los poquísimos medicamentos que puedes usar estando embarazada). Yo pensé que no los sufriría la segunda vez que me quedara preñada (después de nueve meses de bombo, los jodíos ligamentos ya podían haberse acostumbrado), pero volvieron a aparecer al final del primer trimestre. Si te pasa igual, en unos días desaparecerán sin dejar rastro y podrás respirar tranquila.

Y hasta aquí mi experiencia personal. Como veis con la Enana, a parte de algunos granos y tetas enormes yo estaba cómo una rosa, hasta el punto de que no me creía embarazada (debí hacerme como diez test ¡y no exagero!). Hay, sin embargo, otros síntomas que también suelen hacer su aparición por estos lares y de los que tengo noticias por diversas vías. Por ejemplo:

6) El supersueño. Algunas mujeres en cuanto se embarazan empiezan a quedarse dormidas por las esquinas. No pueden evitarlo. Están todo el día cansadas y es normal pues su cuerpo está haciendo un esfuerzo de aúpa para generar a un ser humano completo. Mi consejo: si tienes sueño ¡duerme! ¡A la menor oportunidad que se ponga por delante! Porque si tienes el infortunio de que te salga un bebé puñetero te vas a pasar los próximos dos años sin pegar ojo, así que ¡acumula horas, como los pilotos de fórmula 1!

7) Pipí a gogó. Si te entran ganas de hacer pis cada quince minutos no te asustes. Puede pasar. Se debe al aumento del volumen de sanguíneo. Los riñones filtran más sangre y claro, nos entran más ganas de mear. La solución es fácil: ve al baño. Al menos que sientas dolor o escozor al orinar no tienes de qué preocuparte.

8) El sangrando de implantación. Conozco un caso en mi vecindario. Una mamá experta (era su tercer hijo) tuvo un ligero manchado que achacó a la regla y santas pascuas. Cuando se hizo la primera ecografía se llevó un susto morrocotudo porque estaba de un mes más de lo que en principio le tocaba. Los misterios del cuerpo femenino son insondables…

Y ya para terminar un breve repaso a las pruebas médicas del primer trimestre que son dos:

1) Un análisis de sangre completo con el que determinan tu grupo sanguíneo (da igual que lo sepas. Te lo vuelven a pedir, que los médicos son todos unos desconfiados), comprueban la existencia de anticuerpos de varias enfermedades que afectan al feto, a saber: VIH, rubeola y la famosa toxoplasmosis, responsable de que las embarazadas del mundo no puedan comer jamón y, finalmente, con el que realizan el triple screening, es decir, la prueba hormonal que, combinada con la eco, establece las posibilidades de que el bebé tenga algún defecto congénito, como síndrome de Down. En este último caso, si el resultado es superior a 1/250 se considera una gestación de alto riesgo y se recomiendan la amiocentesis. Si no, pues nada. Es importante hacer la extracción justo en la semana 10 de embarazo porque los niveles hormonales de ese momento son los más adecuados. Si se hace después la prueba no tiene la misma fiabilidad. Ah, y prepara también un pis para el análisis de orina.

2) La primera de las tres ecografías que realiza la seguridad social (en torno a la semana 12-13, ya al final del primer trimestre). En  mi primer embarazo esta primera eco fue vaginal, pero con Tulga me la hicieron directamente en la barriga. Imagino que en los dos años pasados entre una y otra cambiaron los protocolos de mi ciudad. Esta es la primera vez que una ve y oye el corazón de su bebé. Le ves las manitas y la cabeza y empiezas a creer que sí, que de verdad llevas dentro a un miniser, que no son imaginaciones tuyas y la felicidad que te embarga es inenarrable. Ains, que me pongo sensiblera!!!!

Y hasta aquí este primer post. N., A., si alguna se ha quedado con alguna duda, ¡que se manifieste!

 

Echo de menos mi «bombo»

Hace unos años, cuando estaba embarazada de la Enana, me encontré con una compañera de trabajo que acababa de reincorporarse a su puesto después de la baja por maternidad. Hablamos durante un rato y al final me dijo algo que en ese momento no entendí y que hasta me pareció absurdo: «Uff, no sabes cómo te envidio y como añoro estar embarazada». Yo me quedé patidifusa, sobre todo, porque sabía que había pasado un mal embarazo, con riesgo de aborto y en reposo absoluto casi hasta el tercer trimestre y no comprendía por qué, teniendo a su bebé recién nacido en brazos, echaba de menos el estadio anterior.

Sin embargo, debe de haberseme fundido un plomo o a lo mejor es que, después de seis meses de teta, por fin estoy ovulando, porque el otro día me sorprendí a mi misma echando de menos mi «bombo». Es ridículo. Es inexplicable. Pero ahí está. Y es que hace unas semanas mi mejor amiga me dijo que, por fin, tras muchos años y varias fecundaciones in vitro, estaba esperando un hijo (y por partida doble!). Yo me alegré tantísimo que se me salía la felicidad por las orejas y si no me puse a dar saltos en cuanto lo supe fue porque estaba en el curro y en medio de una conversación sesuda en otro idioma que requería toda mi atención. Desde entonces hemos intercambiado llamadas y mil millones de wasaps en los que hablamos un poco de todo: qué síntomas son normales en el primer trimestre, qué puede y qué no puede comer, que es lo que le espera un poco más adelante… Y mientras hablamos a menudo me sorprendo tocándome la barriga y pensando en lo que me gustaría que volviera a estar llena con otro niño (o en mi caso, seguro que niña) in progress.

Vamos a ver, alma de cántaro, tienes un bebé de seis meses que, aunque duerme como un ceporro, tiene la sana costumbre de levantarse todos los días a las 6 de la mañana y una niña de tres años que requiere toooooda tu atención ¿en serio te planteas traer otro churumbel al mundo? Hombre ya… Que sí, que es absurdo, que ni siquiera me caben tres sillas de niño en el coche, pero miro a Tulga que ya ha empezado con los purés, que se da la vuelta como una campeona y hace todos los esfuerzos del mundo por sentarse ella sola y no puedo evitar pensar que se acabó. Que es mi último bebé. Y echo de menos mi «bombo». A lo mejor es porque no pude disfrutar del todo este último embarazo, primero por el miedo a sufrir un aborto que me acompañó hasta las 12-13 semanas y luego, en el tercer trimestre, por culpa del dichoso tiroides y de un endocrino cabrón que, primero me acusó de no haber ido a su consulta nada más preñarme como si yo tuviera una bola de cristal para deducir que me fallaban las meninges y que después tuvo a bien comentar que, por mi desidia, Tulga podía nacer sorda, ciega o con retraso mental… eso si no tenía antes un parto prematuro y se iba todo a cagar patatillas. Y claro, pues disfrutar, disfrutar, no disfruté… Sólo quería que Tulga naciera para comprobar que estaba todo en orden, que estaba sana y así poder ir a mentarle la madre al endocrino con toda tranquilidad.

No sé si esto de añorar el embarazo es algo que nos pasa solo a las piradas o es algo más generalizado, pero de verdad que me gustaría saberlo… porque, seamos sinceras, el estado de buena esperanza no es tan idílico como lo pintan y no nos olvidemos que después toca parir, y aunque sea con epidural o en un parto exprés como el último que tuve, la cosa duele un huevo. Eso sí, viendo las fotos de este verano, con una panza de 35 semanas tengo que decirlo: el embarazo me sienta de maravilla!

36 semanas y descontando

Mañana cumplo 36 semanas de embarazo y empiezo la cuenta atrás parar conocer a la pequeñaja de la familia. Su hermana mayor está más impaciente que yo y anda todo el día dándome besitos en la panza y reuniendo aquellas cosas de «bebé» que ella ya no usa, como biberones, bodys o pañales, para dejárselos en herencia. Lo cierto es que a penas he preparado nada para la llegada de Tulga a nuestras vidas, quizá porque las cosas están ahí, guardadas, a la espera de a salir a la luz en caso necesario… o quizá porque soy un desastre total y siempre espero al último momento… aunque teniendo en cuenta que  la Enana nació en la semana 39 y que esta tiene pinta de seguir sus pasos, a lo mejor debería empezar a ponerme las pilas y liarme a lavar ropitas y sábanas y a buscar un hueco en casa para la nueva inquilina…

Ayer, antes de meterme en la cama, con todas estas ideas en la cabeza, hice un pequeño repaso de los últimos 8 meses, y he llegado a una conclusión: A pesar de todo ¡estamos estupendas!

Resumiendo: hasta ahora he engordado unos 9 kilos y no creo que suba de peso mucho más. No me ha salido ni una estría, ni una mancha (y eso que he abusado de playa y piscina desde el mes de junio), ni una minúscula variz. Tengo los tobillos finos y delgados, el pelo espectacular y hace dos semanas y media que no me depilo… ah, y duermo a pierna suelta todas las noches, sin molestias de ningún tipo. Además, excepto por las contracciones que siguen ahí preparando el camino y cierto cansancio derivado de mi figura curvilínea, me encuentro de fábula. Tengo que pelearme con mi madre para que me deje hacer vida normal, porque si fuera por ella estaría todo el día sentada en el sofá con las piernas en alto, cosa que no me hace falta porque no se me hinchan. En serio. De verdad, mamá. Que no pasa nada porque  vaya  a hacer la compra o ayude a la Enana a limpiarse el culito después de usar el orinal. Lo hago todos los días y aún no me he puesto de parto. Vale, a lo mejor el otro día en la playa tuve que pedir ayuda al Costillo para levantarme de la arena, pero es que en circunstancias normales ya es complicado hacerlo, así que imaginad lo que es cuando no encuentras por ningún sitio tus abdominales!

Este embarazo ha sido más movido que el primero, con muchas nauseas al principio y con todos los problemas derivados de la anemia y el tiroides que no sufrí con la Enana, pero excepto por el mal rato que nos han hecho pasar los médicos, yo lo he vivido con ilusión e intensidad. Sigo haciéndolo  aún ahora, con una barriga enorme y no entiendo las quejas de mis compañeras de clase de preparación al parto que parecen deseosas de deshacerse de la tripa. A mi me encanta mi tripa. Me parece maravilloso notar los movimientos del bebé, aunque ahora sean más fuertes y dolorosos que al principio y me clave los pies y los codos con saña haciendo aparecer bultos enormes en mi barriga. Adoro que la matrona me deje escuchar su corazón un minuto entero cuando voy a las revisiones o intuir sus  manitas en las ecografías. Me gusta estar embarazada y, aunque ya tengo ganas de conocerla, no me importaría que esta vez mi hija decidiera quedarse dentro sus correspondientes 40 semanas.

En fin, creo que voy a poner una lavadora y a hacer hueco en uno de los cajones del armario de la Enana. Sólo por si acaso.

El maravilloso mundo de la baja laboral

Pues sí. Después de haber trabajado a pleno rendimiento hasta 15 días antes de mis vacaciones, mi matrona, la oficial, a la que no veía el pelo desde hacía un par de meses, por estar ella misma de baja, decidió hace unas semanas que mi estado requería reposo y, por su cuenta y riesgo, gestionó mi baja laboral con el médico de cabecera. Chachi piruli, diréis. Ahora a descansar un poco y a disfrutar del veranito. Pues no. Total, si a pesar de las contracciones, el problema de la tiroides, la anemia y el tener que conducir cada día 25 kilómetros no me había impedido cumplir con mis obligaciones en el curro, el tener que hacer unas gestiones administrativas es pan comido, ¿no? Eso ha debido pensar todo el mundo, porque fácil, fácil, no me lo están poniendo.

Para empezar la administrativa de mi empresa, que se ocupa de gestionar todo lo relativo al pago de nóminas, bajas y demás zarandajas se fue de vacaciones el 4 de agosto y antes de irse me dejó bien clarito que ella no se hacía cargo de hacer llegar mis papeles a la mutua. Que me ocupara yo si eso. Total, sólo es escanear y enviar un correo electrónico, ¿qué trabajo te cuesta? Pues el mismo que a ti, supongo. Que, en teoría, las dos estamos fuera de servicio, aunque se ve que su estado vacacional y de tocadura de huevos es más inhabilitante que mi embarazo de riesgo. Como en casa no tengo escaner y no pienso conducir 25 kilómetros para llegar a uno, me toca echar mano de la cámara del móvil y del cablecito de conexión con el ordenador para cumplir mi cometido. O mejor dicho, el cometido de la administrativa de viaje por Cuenca o por las Islas Fiji, verbi gracia.

Pero es que además, como los médicos, enfermeras y demás personal de mi centro de salud también andan de vacaciones supersagradas e inviolables, lo de conseguir una cita para que te firmen los papeles está más cotizado que un billete premiado de la lotería de Navidad. ¿Para el lunes? ¡Imposible! Todo lleno. Lo más cerca que hay es el miércoles por la tarde… Pero, oiga, que yo tengo que presentar la baja semanal. Ya, bueno, habla con tu empresa. Si es que no puedo, que están de vacaciones. Pues habla con la mutua…

Y ahí estoy yo, buscando el teléfono de la mutua en las páginas amarillas y llamando para explicar las cosas y ver si hay algún problema en retrasar la cosa unos días… pero, claro, el responsable ¡está de vacaciones! Aing.

Resultado: un correo electrónico, que el señor en cuestión abrirá cuando le pete, si es que lo abre y un problema casi asegurado con mi empresa, la mutua y san Pedro Bendito en el mes de septiembre. Pero yo estoy superrelajada de la muerte. Un poco más y entro en coma. Espero que así las cosas vayan mejor en la última etapa de mi embarazo de riesgo…

Cuando no todo va bien

Cuando una se queda embarazada le asaltan todo tipo de dudas y temores, aunque quizá los más recurrentes sean los relativos a la salud y bienestar del pequeño ser que crece poco a poco en nuestro interior. Lo normal es que todo vaya bien y que salvo algunos pequeños y molestos achaques sufridos por la paciente madre, al final del proceso nos encontremos con nuestro bebé perfectamente sano en brazos. Pero no siempre es así. A veces se producen imprevistos. Errores en el sistema, que diría un informático y entonces una se encuentra perdida, desorientada y sin saber qué hacer. File not found.

¿Qué haces cuando sabes que no todo va bien?

Preocuparte. Llorar. Preguntar. Preguntar. Preguntar.

El problema es que la estrategia de los médicos, por los menos los de la seguridad social o, afinando más, los que me han tocado a mi, se limita a echar balones fuera. El médico de cabecera me remite a la matrona, la matrona al médico de cabecera con indicación de que me derive al especialista, el especialista no sabe/no contesta y vuelta al punto de partida. Y allí estás tú, con tu barriga de 29 semanas, sin saber qué va a pasar, sin tener a quién recurrir, buscando en tu agenda el teléfono olvidado de aquella gine a la que ibas durante el breve tiempo que disfrutaste de seguro privado a ver si, pagando a tocateja, alguien resuelve tus dudas. O por lo menos no te trata como si fueras tonta. O un pedazo de carne al que sacar sangre. O un número que se interpone ante el siguiente de la fila y que hay que despachar cuanto antes.

Ajena a todo el revuelo que se ha montado a su alrededor en el último mes, Tulga flota feliz en mi útero, se agita, me da patadas si me tumbo sobre el lado derecho para dejar constancia de que esa postura no le mola y, con buen criterio, decide que todo esto no va con ella. Que está mejor a su bola ¿Y yo? Pues seguiré tomando mis pastillas, acudiendo puntualmente a los análisis y, sobre todo, preguntando. Con un poco de suerte, alguien me contestará y me dirá el riesgo real de que algo se tuerza, de que Tulga no nazca sana y qué hacer en ese caso… O, a lo mejor, por fin después de 4 semanas de esquivar mis comentarios, de hablar a medias y con generalidades, sin mojarse ni un poquito no sea que se equivoquen y les monte un pollo, me dicen que todo va bien, que me quede tranquila, que lo cogimos a tiempo y que mi bebé sólo tendrá que preocuparse de que su hermana mayor no le robe los juguetes o le tire del pelo.

En cualquier caso, Tulga, tu mamá te quiere con locura y en un par de meses nos veremos las caras y nos reiremos de todo esto. Porque no hay suficientes médicos bordes en el mundo para impedir que disfrute del que probablemente será mi último embarazo, mi último bebé, mi niña querida.

 

Mitos, fantasías y realidades sobre el embarazo

Esta semana termino el segundo trimestre de mi actual embarazo y encaro ya la recta final para conocer a Tulga y darle la bienvenida a nuestra pequeña familia. Esto ha hecho que me plantee algunos de los mitos y leyendas que circulan por ahí sobre el estado de gracia en el que me encuentro y que, por experiencia propia (y a veces, ajena) sé de buena tinta que son más falsos que un Judas de plástico. Como dijo Jack el Destripador, vamos por partes.

Para empezar, algo muy extendido y que llega a ser verdaderamente pesado es tratar a las embarazas como floreros de la dinastía Ming a punto de hacerse añicos. «Uy, no te agaches a por el boli», «¿Seguro que es bueno que cruces las piernas?», «Pero ¿sigues haciendo yoga/pilates/natación o lo que sea con esa barriga?», son sólo algunas de las frases que tengo que escuchar a diario. Y la respuesta a todo es Sí. No pasa nada por agacharse a coger un boli, más me agacho en casa para ponerle los zapatos a la Enana que acaba de entrar en su fase hippi y se pasa medio día descalza. También cojo peso (bolsas de la compra, mochilas, bolsos, a mi otra hija…) y no me inmuto. Es verdad que no se me ocurre ponerme a descargar camiones o mover muebles de sitio, pero, seamos sinceros ¿cuántas veces sin estar embarazada te dedicas a darle la vuelta a sofá? Pues entonces. Y en cuanto al resto: cruzo las piernas y el bebé respira perfectamente, porque que yo sepa el aire le llega a través de la placenta y el cordón umbilical y no de mi vagina. Es más, hago yoga dos veces por semana y me siento fantástica. Es cierto que hay posturas que están fuera de mi alcance (todo lo que  sea haga tumbada bocabajo en el suelo, por ejemplo, o el arado por una mera cuestión de fisionomía, o sea, que me asfixio con la barriga, vamos), pero el resto y con mesura se puede hacer y es beneficioso. Tulga se activa con el ejercicio y normalmente no me deja hacer tranquila la relajación dando botes por ahí dentro, así que ella también está de mi parte.

A ver, se agradece la deferencia y que te mimen un poco, pero es frustrante que te releguen a un rincón por esperar un hijo, que piensen que no puedes viajar, conducir, salir a tomar algo o hacer ejercicio sólo porque tienes una enorme barriga. Salvo en casos muy concretos, un embarazo no requiere reposo ni un cambio drástico de vida, más allá de lo que la futura madre quiera hacer ¿Oído, cocina?

Mito dos: el tamaño, forma y aspecto en general de tu barriga. Ahí parece que todo el mundo es experto o ha hecho un máster en barrigología o que sé yo. Para empezar hay quien piensa que si el vientre es redondo es que vas a tener una niña y que si es picudo un niño (o al revés, nunca me ha quedado claro) y la verdad es que no. Tu barriga tendrá la forma que le de la gana, dependiendo de tu fisonomía, peso, caderas, etc. Es más, probablemente sea distinta en un embarazo y otro, aunque tengas niños del mismo sexo como yo.  Así que, señores, por favor, dejen de hacer loterías y pregunten directamente a la madre, que seguro que si sabe qué está esperando no tiene ningún problema en decirlo. Otra cosa: en nuestro caso, el tamaño no importa. De verdad. Lo juro por Snupy. Con la Enana mi barriga tardó mucho en aparecer y no se hizo verdaderamente evidente hasta el quinto o sexto mes de embarazo. En cambio ahora, he tenido barriguita casi desde la semana 12 (3 meses para los profanos) y a estas alturas y con aún todo el verano por delante, ya voy por la vida con un bombo que ya lo quisiera para sí el tal Manolo ¿He engordado más? Nooooo. Llevo exactamente la misma subida de peso que en mi primer embarazo. Entonces, ¿es que Tulga va a ser tamaño supersize, como si fuese una hamburguesa? Tampoco. Simplemente tengo más tripa. Asumidlo. Hay mamis con tripas grandes, pequeñas y medianas, que aparecen antes o después y no significa nada.

Vinculado con este tema está la cuestión del toqueteo. Te preñas y tu barriga se convierte en la casa de Tócame Roque. Todo el mundo (conocidos y desconocidos) se sienten con la autoridad y el permiso expreso de palparte a las primeras de cambio. Pero a ver ¿usted va por ahí frotando la calva de los señores que se encuentra por la calle? No, ¿verdad? ¿Pues entonces por qué me frota la barriga si no le conozco de nada? A ver, que yo soy muy tocona y en general no me molesta en absoluto que mis amigas o familiares le den caricias a Tulga. Lo que me pone un pelín nerviosa es que la dependienta de la tienda, el conocido del compañero que nos cruzamos en la esquina o la vecina de enfrente se pongan sobones sin avisar. Hombre ya.

Más fantasías: En cuanto te embarazas tienes que ponerte como una foca, por que sí, por que toca. Tanto con la Enana, como en mi actual situación, me han dicho veinte veces «Uy, pero si estás delgadísima. Si no fuera por la barriga no parecerías embarazada». Pero, bueno, ¿qué pretende la gente? ¿Que me convierta en una elefanta? ¿o es que a las embarazadas nos tiene que crecer el culo además de la tripa? Un exceso de peso no es bueno ni para la madre ni para el bebé y todo lo que sea grasa de más ahí se queda pa’ los restos, así que lo sano es que la gestante engorde de forma moderada y no que se siente a comer donuts porque «total, vas a coger kilos igual». Madres y abuelas del mundo ¡NO HAY QUE COMER POR DOS! Hay que comer sano y equilibrado y, sí, aumentar un poco la ingesta de calorías, pero no es lo mismo hacerlo comiendo más fruta o recuperando la hora merienda (como es mi caso), que tomando tres platos de potaje y dos postres. Es cierto que a veces me entran caprichos (o antojos o lo que sean) y puedo ponerme tibia a yogurt o comerme docena y media de galletas maría mojadas en leche, pero en general intento no pasarme, y la verdad es que no siento más hambre que antes del embarazo.

Otro mito: Las embarazadas están más guapas. Hombre, depende. Si antes de empezar a llevar un miniser en el vientre no eras Gisele Bunchen después de que el test dé positivo tampoco. Es más: en el primer trimestre, con la revolución hormonal a tope, es posible que se te llene la cara de granos como en tus peores tiempos de adolescencia y que si además tienes nauseas, te veas de todo menos bonita. Luego es cierto que esto del embarazo tiene sus ventajas: por ejemplo el pelo se te pone más espeso y brillante, porque deja de caerse y una va por ahí con un melenón que pa’qué. Eso sí, en cuanto das a luz, ya puedes despedirte, porque todo el pelo que no se ha te ha caído en nueves meses, se te cae de golpe en dos semanas y de pronto empiezas a temer en convertirte en la pareja perfecta de Yull Brynner.

Otra sorpresa inesperada es que, si el de la cabeza crece más, el de las piernas, brazos, etc. a penas se inmuta. La depilación es algo que empiezas a hacer de forma esporádica, y más por rutina que porque lo necesites, porque el vello no crece casi nada durante estos meses (Nota: igual que en el caso anterior, es parir y volver a la normalidad. En serio. Cuestión de minutos en este caso). En esas circunstancias, sí, puedes tener mejor aspecto, con la piel más lisa y el pelo estupendo, pero también hay que tener mucho cuidado con el sol para que no te salgan manchas en la cara (mi prima tuvo casi un antifaz!) e hidratarse para evitar las estrías (que como digan de aparecer, van a asomar igual, te untes la crema que te untes). Yo tengo suerte, y de momento, mi piel está fantástica, pero hay mujeres que parecen un mapa mundi y eso estético y de top model pues no es.

En resumen, guapa sí, pero no siempre y sin pasarse.

Y ya para terminar, otro gran mito del embarazo: todas las embarazadas vomitan por las mañanas. Pues no. Todas no. Con la Enana no tuve ni una nausea, ni siquiera pequeñita y la única vez que vomité fue un mes antes de parir y por culpa de una gastroenteritis que cogí muy oportunamente en Nochevieja. Con Tulga he pasado por casi dos meses de nauseas que me han acompañado a todas horas y no sólo por la mañana, pero a parte de no tener ganas de comer y de pasar unos cuantos malos ratos, no he corrido al baño nunca. Vamos que no he vomitado. Y conozco muchos casos de mujeres que no han tenido ni una angustia en todo su embarazo. O sea, que no. Que depende de las hormonas y del cuerpo de cada una y que el no vomitar no implica que algo vaya mal o que no estés embarazada. De hecho, en mi caso, mucho más molesto que las dichosas nauseas y algo que nadie te dice al preñarte, han sido los dolores musculares en la zona de la pelvis resultado del estiramiento de los músculos de la zona para dar espacio al miniser que va creciendo. Dolores que a veces pueden ser intensos y obligarte a tomar un paracetamol (y digo ya que para que yo me tome una pastilla tengo que estar supergrave, que si no por mi boca no entra otra cosa que manzanilla).

Sin duda hay muchas más historias fantásticas sobre el estado de buena esperanza que las que yo he mencionado aquí, pero estas han sido las más recurrentes en mi caso y también las más curiosas. Si alguna tiene algo más que añadir a la lista que lo diga, a ver si al final sacamos un decálogo y lo publicamos.

 

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