Mala madre

A veces soy mala madre. Pero mala, mala. Mala de veras. A la altura de Maléfica o de la madrastra de Blancanieves. En ocasiones no tengo ganas de ir al parque ni a la piscina, o me aburro soberamente jugando a las casitas. Hay tardes en las que enchufo la tele a mis hijas mientras toman la merienda y no miro el reloj. También suelo darles gusanitos, tortitas y hasta algún chupa-chus, cuando lo piden y me importa un pepinillo en vinagre si han cenado dos noches seguidas tortilla francesa o bocadillo de pavo.

Al finalizar el día, solo quiero que se vayan a la cama y me dejen cenar tranquila, con las dos manos, sin levantarme 20 veces de la silla, sin compartir mi comida. Quiero ver una película. Leer un libro. Ir al cine. Malamadre. Egoísta.

Confieso que acabo de apuntarme al gimnasio y las dejo dos veces por semana en la ludoteca mientras yo voy a yoga o a pilates. Dos horitas enteras para mi sola, una el martes y otra el miércoles, que me saben a gloria. Y no siento culpa cuando se las encasqueto a la monitora con una sonrisa y un «hasta pronto, corazones», a lo Anne Igartiburu… Bueno, a lo mejor, un poco. Una pizquita de nada. Pero se me pasa comprándoles un zumo en súper de la esquina.

Soy mala madre. Lo sé. Pierdo la paciencia cuando tardan tres horas en ponerse los zapatos o en quitarse el pijama, cuando, después de dos cuentos, la Mayor me pide que le lea un tercero.

Es más: a veces les grito, me paso por el forro la pedagogía de Montessori, la gestión del estrés y la empatía y suelto un par de chillidos dignos de María Callas para que dejen de pelearse, de pintar las paredes o de jugar con el papel higiénico. Las castigo sin Peppa Pig o sin postre y les pido que piensen en lo que han hecho. A la Pequeña la obligo a pedir perdón a su hermana cada vez que le da un mordisco. Soy malvada. No la dejo expresarse libremente. No permito que se hagan daño…

No tengo tiempo (ni ganas) de fabricar elaborados disfraces para cada evento que celebran en el cole o en la guardería (¿El día amarillo? ¿En serio? ¡Venga, ya!) y en un par de ocasiones he olvidado ponerle el chándal a la Mayor el día que tocaba gimnasia. También me he hecho un lío con sus meriendas, he roto la fuente donde preparaba las magdalenas y se me ha pasado alguna revisión del pediatra. Mea culpa.

Soy una madre horrible, imperfecta, que solo cocina por supervivencia y que carece de espíritu de chef y, ya puestos, de espíritu de mártir. Una madre que un día fue mujer y que ahora no recuerda cómo iba eso.

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He dado el pecho a mis hijas durante un tiempo que unos consideran prolongando y otros insuficiente. He colechado y porteado por comodidad y vagancia. He dado purés y comida en trozos, cereales solubles y potitos. Mis hijas se han caído, se han hecho chichones, arañazos, cardenales y brechas de distinto calado. La Mayor hasta se dislocó un codo. Han estado sanas y enfermas, han echado la siesta en un carrito, sobre una esterilla en el suelo y en un colchón de plumas. Han llorado y se han reído a carcajadas. Su infancia tampoco está siendo perfecta y es por mi culpa, porque no doy el tipo, porque soy mala madre.

Hoy la Mayor entró al colegio contenta y al llegar al patio descubrió que no había nadie en su fila, así que llorando a moco tendido se dio la vuelta y corrió a buscarme, con la cara desencajada por el pavor y el desconsuelo. La consolé lo mejor que pude y como en ese momento llegaba una de sus amigas acompañada de su madre, le dije que volviera dentro con ellas. Yo me fui al trabajo. Llegaba tarde. Lloré también por el camino…

Y ahora me pregunto si alguna vez dejará de ser así, si alguna vez me sentiré orgullosa de cómo estoy educando a mis hijas y dejaré de mirarme al espejo para decirme a mi misma que podría ser mejor. Mejor mujer. Mejor persona. Mejor madre…

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6 responses to “Mala madre”

  1. Mamadichosa says :

    Ostras… me pasa lo mismo. Me siento mal cuando estoy haciendo la comida o limpiando o… haciendo la compra y no estoy jugando con ella o abrazandola. Pero si no hago las cosas que tengo que hacer me siento una inutil.
    ¿Nos exigimos demasiado? ¿Hay que ir por la vida con una sonrisa eterna por el hecho de ser madres? No sé… a mi tener a mi hija me ha supuesto un cambio interno del que ni yo misma se que decir. Es todo tan confuso… jjajaja!

    Mamadichosa

    • Norgwinid says :

      Creo que a veces nos ponemos el listón demasiado alto. Es verdad que estoy acostumbrada a hacerlo todo yo sola y que, por eso, a veces llego a un punto de saturación insoportable. Es cuestión de replantearse las cosas y buscar el equilibrio!

  2. entremishoras says :

    Completamente identificada. Excepto en que yo sí me siento orgullosa, seguramente podría hacerlo mejor, seguramente podría pasar más horas con ellos o con más calidad, pero no me voy a fustigar por ello. Mis hijos son niños felices que se sienten queridos, protegidos y cuidados. Eso tiene que valer. Tan mal tampoco lo hacemos, pero no somos perfectas, nos queremos exigir demasiado y somos personas con nuestras propias necesidades.

    • Norgwinid says :

      Yo creo que mis hijas son felices. O por lo menos eso parece!!! Cantan, juegan, hacen el tonto… vamos, se comportan como niñas. También es verdad que ambas (sobre todo la Mayor) son muy demandantes, exigen atención continua (la Pequeña es capaz de tirarse media hora jugando sola, pero la Otra, ay, madre, esa me tiene por su parque de atracciones particular!!!) y eso agota a cualquiera. Poco a poco me voy buscando mis trucos, las implico en las tareas de la casa, hacemos juntas las camas, me «ayuda» a tender o recoger la ropa, las dejo pasar el polvo… Y así vamos encontrando la manera de compaginarnos!!!

  3. Diario de una mami says :

    Pues sí, entonces yo también soy una malamadre, porque se me saltan las lagrimillas cuando mi hija me dice: «Mamá, no me grites». Porque somos humanas y tenemos nuestros límites. Y seguro que, aunque te enfades y llegues a la noche hecha unos zorros, con coleta y sin depilar, tus hijas te quieren con locura. Y a tomar por saco lo demás 😉

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