Reincidente

Así soy yo: una reincidente. Y es que, como os conté hace unos días, a finales de junio sufrí un aborto. El segundo. También en la semana 8 de gestación, como si fuera una especie de maldición condenada a repetirse… En el fondo ha sido eso lo que me ha hecho volver. Porque voy por ahí de dura y de «machota», aparentando que me importa un bledo y asumiendo tranquilamente los 40 que acaban de caerme en cima como una losa, pero en realidad estoy echa mierda. Así de claro. Porque soy reincidente. Porque pensé que ya había cubierto mi cupo.

No fue un embarazo buscado ni deseado, pero sí muy bienvenido. Para mi era casi un milagro, porque parecía tenerlo todo en contra: la edad (se supone que la fertilidad femenina cae en picado a partir de los 35), los ciclos irregulares, el poco entusiasmo del costillo en tema… Vamos, que era más fácil que me preñara una paloma por obra del espíritu santo que mi marido. Y aún así ocurrió. Una noche tonta, media botella de vino y vualá. En cuanto se me pasó el pasmo inicial y dadas las circunstancias (antecedentes de hipotiroidismo, bajo peso, ¿he mencionado ya mi edad?), me apresuré a pedirle cita a la matrona que, tras tomar nota de todo, decidió enviarme a alto riesgo para curarse en salud. Creo que fue justo entonces cuando una vocecita cojonera en mi interior me susurró que aquello no iba a terminar bien. Instinto. Intuición. Llamadlo como os de la gana. El caso es que desde aquel día empecé a esperar el momento en que todo se iría a la mierda…

Los de alto riesgo me llamaron en seguida. No sé muy bien qué esperaba de ellos, pero desde luego no lo que me encontré. La gine que me atendió cuestionó la decisión de la matrona y me advirtió que en cuanto pasara el primer trimestre me mandaría de vuelta  a atención primaria cagando patatillas. A parte de pesarme y tomarme la tensión, ni se molestó en echarme un vistazo. Eso sí, me puso medicación para el tiroides, pero con mucha desgana, en plan: «Todas sois iguales. Os sale el tiroides un poco alto y ya estáis aquí haciendo fila, con lo supernormal que esto, por Dios» y me citó directamente para la eco de las 12 semanas. Eso fue todo. Que digo yo que menos mal que se llama «alto riesgo» porque si llega a ser «riesgo normal» ni entro por la puerta…

Quizá para intentar acallar la desazón que crecía en mi por momentos le pedí cita a mi antigua gine, a la que no veía desde el Embarazo de Tulga. Me la dio para el 23 de junio. No llegué a acudir.

Una semana antes me desperté a las dos de la mañana con dolor en la zona de los riñones. No parecía nada muscular, ni se calmaba aunque cambiara de postura, eran pinchazos constantes que no auguraban nada bueno. Al día siguiente, después de dejar a las niñas en el cole, me fui a urgencias con la loca esperanza de que me atendieran pronto y de que todo fueran paranoias mías. Después de tres horas de espera, la doctora que me tocó en gracia decidió que lo mío era un cólico al riñón y ordenó un análisis de sangre y de orina. Yo intenté convencerla de que era otra cosa, le pedí que me mandara directamente a ginecología, pero no hubo forma. Esperé otras dos horas el resultado de los análisis, con una vía puesta en el brazo por la me metían paracetamol a chorro («Claro, como estás embarazada no puedo ponerte otra cosa, hija». Si será culpa mía y todo…) y al final resultó que tenía el riñón como los chorros del oro. La doctora estaba estupefacta. «Si es que está todo normal», me dijo. Pues claro, cojones, porque no me pasa nada en los riñones. Si me hubieses escuchado hace 5 horas, lo sabrías, pero es mejor seguir el procedimiento. Me mandaron por fin a gine, a una sala de espera de la que yo tenía muy malos recuerdos. Había otra chica allí con su pareja llorando ya lo inevitable. El costillo salió de trabajar y vino a hacerme compañía. Hacía calor y no funcionaba la máquina expendedora para comprar un poco de agua, pero no nos atrevíamos a movernos por si nos llamaban. Un buen rato después se asomó por allí una enfermera, pariente de la chica que lloraba, y le dijo que la gine de urgencias se había metido a quirófano y que tenía para rato. No me lo podía creer.

En vista del panorama mi marido fue a buscar a la Mayor al cole (la Pequeña estaba ya con los abuelos) y a la vuelta me trajo una botella enorme de agua para no morir deshidratados. Eran casi las cinco de la tarde cuando por fin me llamaron a consulta. Entre sola. El costillo se quedó en la sala de espera con la Mayor, que se aburría soberamente y no tenía ninguna necesidad de ver lo que iba a suceder a continuación con su santa madre. Después de tanta espera entré en una consulta abarrotada. Además de la doctora y la enfermera había tres estudiantes  de diverso sexo, que ni se molestaron en saludar, aunque charlaban animadamente entre ellos, mientras se pasaban unos a otros mi escuálido historial de urgencias. Me desnudé de cintura para abajo y me tumbé con las piernas abiertas en el potro de tortura que llaman mesa de exploración. La gine empezó a hacerme una ecografía detallada, explicando punto por punto lo que iba haciendo, los botones que iba pulsando y las zonas en las que había que aplicar más o menos presión. A mi no me decía ni pío. Sólo hablaba con los estudiantes. Después de un buen rato le pasó el ecógrafo a uno de ellos y le obligó a repetir todo el proceso. Se me escapó una lágrima silenciosa y la enfermera, la única que me prestaba algo de atención (los demás miraban mi útero, pero a la señora espatarrada ni caso), me susurró: «Tranquila, terminan en seguida».

Después de un cuarto de hora de hacerme daño en lo más íntimo, la gine me espetó: «Ya te puedes vestir» y corrí al baño a ponerme las bragas. Cuando volví al despacho aún se tiró otros cinco minutos rellenando el informe antes de levantar la mirada y sentenciar: «El embarazo lleva un pequeño retraso ¿Seguro que tu última regla fue en esta fecha?». Se lo confirmé. «Pues nada. Te cito dentro de una semana para ver si la cosa evoluciona, pero si empiezas a sangrar te vienes otra vez por aquí. Adiós».

Me quedé quieta un segundo, sin saber si realmente tenía que irme y al final miré a la enfermera. «Ven que te quito la vía», me dijo con dulzura «Así no tienes que pasar otra vez urgencias y te puedes ir a casa». Le di las gracias llorando, respiré hondo un par de veces y salí. Supe con certeza en ese momento que había perdido al bebé. Aún seguía dentro de mi, pero ya no estaba. Eso fue el jueves. El sábado empecé a sangrar. No era nada escandaloso: una gotitas como el principio de una regla, pero como me habían dicho que si veía sangre volviera al hospital eso hice.

Llamé a mi amiga L. para que se quedara con las niñas y luego el costillo y yo enfilamos para urgencias. Esta vez la espera fue menor, entre otras cosas porque me enviaron directamente a ginecología, cosa que agradecí en extremo. El médico de guardia tenía mi historial delante, pero no leyó. Se limitó a preguntarme todo de nuevo: fecha de última regla, antecedentes reproductivos, motivos de la visita anterior… y cada palabra que pronunciaba era como una losa en mi corazón. Me hizo otra eco. Nada había cambiado y el sangrado era muy leve, así que me sentó en la silla y me comunicó que perder algo de sangre era de lo más normal al principio de un embarazo, que le pasaba a muchísimas mujeres y que no debía preocuparme (traducido al cristiano: «¿para qué vienes a molestar?»). Me recomendó reposo relativo (nada de sexo, esfuerzos o ejercicio, pero vida normal, que tampoco es para tanto, ¿eh?) y volver solo si tenía fiebre, dolor intenso que no se pasara con parcetamol o una hemorragia. Volvimos a casa.

Mi marido avisó a sus padres en previsión de lo que se avecinaba y se personaron en casa aquella misma tarde, porque aunque en el hospital trataban el tema como una banalidad, los dos sabíamos que era cuestión de horas. La madrugada del domingo al lunes Tulga se despertó llorando por una pesadilla. Me levanté a consolarla, la metí de nuevo en la cama y al ponerme de pie noté que algo líquido y caliente me chorreaba pierna abajo. Fui al baño corriendo y al dar la luz vi que tenía una hemorragia del copón. Llevaba puesta una compresa de las grandes pero la sangre la había desbordado y goteaba por el suelo del pasillo, del baño y del dormitorio. Me lavé, me cambié, me puse otra compresa, súper noche plus, tamaño pañal y me tumbé en la cama, con los ojos como platos, dispuesta a esperar. No quería que me volvieran a acusar de ir a urgencias por «unas gotitas de sangre de lo más normal en cualquier embarazo». Si me daba otro paseo al hospital sería por una buena razón. En las siguientes tres horas me cambié tres veces de compresa y cada vez que me sentaba en el váter notaba unos coágulos gigantescos escurriendo de mi interior de la forma más desagradable posible. Aún así seguí esperando, para ver si aquello remitía, si era algo más que un capricho mío o si merecía la pena «preocuparse». En vista de que la hemorragia no paraba y de que empezaba a marearme, sobre las cinco y media de la mañana desperté a mi marido, le expliqué la situación y nos fuimos a urgencias. La sala de espera estaba vacía. La nueva gine que me atendió (tres médicos distintos en cuatro días) me hizo repetir la perorata de siempre: fecha de última regla, antecedentes reproductivos, bla bla bla… no sé para qué escriben doscientos mil informes al día si luego nadie lee nada! En la ecografía el saquito gestacional se había desplazado un poco hacia abajo, arrastrado por la sangre, pero como a) después de cinco horas, la hemorragia había remitido y b) el saco seguía dentro, la doctora dijo que aquello era una «simple» (palabra textual que llevo grabada a fuego en el alma) amenaza de aborto, que volviera a casa y siguiera haciendo reposo relativo. Creo que se me escapó algo así como: «Vamos, como la otra vez…», con tono ligeramente borde, porque la gine recalcó en el informe que había informado a la paciente que debía volver en caso de: hemorragia, fiebre, etc. y que yo había comprendido las instrucciones. No fuera que encima me diera un payá y la denunciara…

Había decidido que, pasara lo que pasara, me iba a quedar en casa hasta la revisión que tenía marcada para el jueves. Ya estaba harta de todo y quería un poco de intimidad. Continué sangrando con más o menos intensidad durante todo el día y el martes por la tarde empecé a notar un dolor diferente, un dolor rítmico que conocía muy bien, el dolor de las contracciones, solo que a pequeña (pequeñísima) escala. Me fui al baño y allí, sentada en el retrete, dejé que saliera el saquito gestacional. Era muy chiquitito, de a penas 2 centímetros, y no me atreví a abrirlo. Lo envolví cuidadosamente en papel higiénico, le susurré adiós a mi bebé y lo tiré al váter. Para mi sorpresa no sentí ganas de llorar. Estaba anestesiada, como si aquello le estuviera pasando a otra persona y yo solo estuviera allí, mirando, sin acertar a reaccionar. Seguí en ese estado hasta el jueves, cuando acudí al hospital acompañada del costillo para la eco que tenía programada. La doctora confirmó que el aborto había sido limpio y completo y que todo estaba en orden. Fue la primera, de todos los ginecólogos que me habían atendido esa semana, que me dijo: «Lo siento muchísimo». La miré sin saber qué decir. Me sentía vacía. Sin nada que ofrecer.

Estuve de baja dos semanas. Mi médico de cabecera a raíz del resultado de mi analítica, me hizo tomar hierro en cantidades industriales y continuar un mes más con la medicación para el tiroides. A principios de julio volví al trabajo y la vida siguió su curso. Hasta hace unos días.

Una noche, mientras cenábamos, mi marido hizo un comentario inocente sobre la película que estábamos viendo, algo sobre que lamentaba no tener un hijo varón que heredara sus cosas de «hombre» y de repente algo se rompió en mi interior. Fue como si por fin despertara tras un largo sueño y todo el dolor que no sabía que tenía dentro se derramara de forma incontrolable. Me di cuenta de que había perdido a otro hijo, de que era reincidente… y empecé a llorar. Lo hice durante casi una hora en mi cuarto, lejos de todos y sin que nadie se enterara y al día siguiente, después de más de un año, volví a este blog. He dejado aquí toda la historia, para que no se pierda, para no olvidarme de ella, para compartir esta pena y dejarla atrás. Porque nadie debería pasar por esto dos veces. Porque nadie debería ser reincidente…

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12 responses to “Reincidente”

  1. Soymadreyahoraque says :

    Lo siento muchísimo. Quería decirte algo más que pudiera consolarte, pero no me salen las palabras, sólo que lo siento en el alma.

    • Norgwinid says :

      Muchas gracias de todos modos. Me está costando más de lo que esperaba… quizá porque estuve como alelada mucho tiempo y de pronto me he dado cuenta de todo lo que se perdió…

  2. I. says :

    Muy triste lo que te ha ocurrido, lo siento mucho. La vida a veces es muy injusta. Un beso.

  3. Ita95 says :

    Lo siento mucho, sean las semanas que sean, has perdido dos bebés, es duro, pasaras un tiempo de duelo que mejorará con el tiempo, permitete llorar si te lo pide el cuerpo, llorar quita mucha presión, mucho ánimo y un abrazo muy fuerte!

    • Norgwinid says :

      Lo peor cuando la pérdida es tan temprana es que todo el mundo le quita importancia. Es como si tu pobre embrión no mereciese despertar más pena de la necesaria, como si en realidad nunca hubiese existido. Y si además ya tienes hijos, como en mi caso, entonces aquello pasa a ser un capricho que salió mal, como si te llueve en vacaciones…
      A lo mejor es cosa mía. A lo mejor le doy más importancia de la que tiene, pero esta era mi última oportunidad y, literalmente, se ha ido por el retrete…

      • Ita95 says :

        No es cosa tuya, la alegría y la ilusión comienzan en cuanto sabes que estás embarazada, es normal que te sientas así, por desgracia este tema sigue siendo tabú, la gente no entiende de esto hasta que te pasa, y por desgracia pasa mucho, pero como que se intenta esconder, yo perdí a mi bebé 15 días después de nacer a las 26 semanas, hace 8 meses nació Samuel y nadie ocupa el lugar de nadie y me ha tocado escuchar muchos comentarios desagradables, como si no otro hijo no hubiera existido o fuera menos que este, intenta que lo que te digan te entre por un oído y te salga por el otro, es lo mejor 😗

  4. Lorena says :

    Entre en el blog de casualidad y que alegria me dió cuando vi que habías actualizado… pero que sensación de tristeza me ha dejado leerte. No sé que decirte que te hayan dicho ya, mucho ánimo al final supongo que lo acabarás superando aunque es cierto que esas cosas no las deberíamos pasar.. y nada aquí estamos para leer tus desahogos cuando lo necesites, mucho ánimo!

  5. Merce says :

    Joder. Lo siento mucho. Muy desagradables los medicos. Algunos no parecen humanos… deberían trabajar la empatia como minimo. Que te puedo decir… no hay muchas palabras de consuelo para lo que has vivido. Me encantaria volver a leerte contenta. Por que te lo mereces. Aunque no nos conozcamos lo intuyo. Un abrazo muy muy grande. Ojala que estos meses te hayas recuperado un poquito.

    • Norgwinid says :

      Hola! Primero gracias por votar. Me llegó el otro día el aviso de que estaba nominada y no me lo podía creer porque hace mucho que dejé aparcado el blog y, al menos de momento, no entra en mis planes retomarlo. Parece que a pesar de todo hay gente por ahí que me sigue leyendo…
      Mi experiencia en el hospital de mi ciudad ha sido, casi siempre, muy negativa. Entiendo que sufren muchos recortes, que están saturados y que viven en la precariedad (laboral y personal) porque tengo amigas y vecinos que trabajan en el sector sanitario y me lo cuentan, pero eso no justifica el trato que recibimos los pacientes. Nos ven siempre en nuestro momento de mayor dolor y debilidad, cuando nos sentimos frágiles y asustados y en vez de tratarnos con respeto lo hacen con desdén y ninguna (o muy poca consideración). No escuchan, no valoran tu opinión y a veces, ni se esfuerzan en dar el mejor trato, solo piensan en quitarse al siguiente de encima al menor coste posible. El resultado es que estuve dos meses con una anemia severa, tan débil que hasta subir una escalera me costaba trabajo y que al final, tuve que pagar a una gine privada para asegurarme de que todo estaba en su sitio. En fin….

      • rve says :

        Pues si. Yo también en varias ocasiones he tenido que recurrir a privada para asegurarme de que no era nada malo lo que tenía. Luego dicen que si la privada gana adeptos… de esta manera es lo que provocan. Pero ese es otro debate… demasiado largo y con muchas aristas. Gracias por contestarme… la verdad es que fue una sorpresa verte ahí y cuando vi tus ultimas dos entradas me alegre por que habías vuelto pero… dios… ya no me alegro nada. Todo el apoyo que te pueda mandar es poco. Pero aqui estamos para escucharte. Cuando lo necesites. Un abrazo!

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